Pocos casos han jugado el rol de una gran pedagogía social para mostrar el autoritarismo actual en Chihuahua, como el del escándalo ICHITAIP. Aquí encontramos que la arrogancia alcanza el nivel de la soberbia, ese pecado capital que a todos nos afecta cuando se convierte en nota esencial para caracterizar el ejercicio del poder. Si algo tenemos que agradecer a Rodolfo Leyva, quejoso triunfador en un juicio de amparo que obligó al Congreso local a transitar de nuevo por un camino luego de morder el polvo de sus propios desatinos, es haber involucrado a la sociedad en este uso pedagógico mediante el cual sólo confirmamos que en Chihuahua se viven tiempos de profunda arrogancia, que aquí cuando el que manda se equivoca vuelve a mandar para que no quede duda de que su poder es para poder y no para no poder, aunque el empeño que enmascara esa divisa sea únicamente un ejercicio fosilizado de caprichos y ostentación de un simple mandamás.

Aunque ya es añeja la carencia de una genuina división de poderes, ahora esta ausencia se ve magnificada porque a los ojos de todos queda la evidencia de que no es sólo una equivocación, sino que se vuelve a ordenar que la equivocación –defraudando a la ley y a una sentencia– se pretende paliar repitiendo los actos que dieron origen al exitoso juicio de garantías del señor Leyva. No reparan ante nada: convierten por consigna al Congreso en un simple órgano de validación que, a falta de argumentos, simula que trabaja con el garlito de aparentar acatar un fallo federal para dejar las cosas exactamente como estaban cuando se impugnaron mediante un litigio de calidad. El mensaje es obvio: los ciudadanos, hagan lo que hagan, están condenados a perder. La vía de luchar y obtener en los tribunales, es temida por los autoritarios y la desalientan porque saben que es un camino que puede dar frutos en su detrimento; por eso huyen de los fallos federales de esta naturaleza, como las ardillas en un bosque que se incendia.

Tiempos de arrogancia. Tiempos de arrogancia que se convierten en soberbia. Pero no se trata de una falta que sólo se padezca al seno de la familia o del círculo de amigos, es grave porque el gobierno quiere que todos comamos de esta sopa porque es la única sopa. Una tiranía así debe ser combatida por los ciudadanos, si en algo estiman sus propias libertades. No hablamos de memoria ni se trata de falacias por el desafecto a la pandilla que dice gobernar Chihuahua. Lo vimos cuando de manera improvisada se defenestró de la presidencia al magistrado José Alberto Vázquez Quintero en el Supremo Tribunal de Justicia, para imponer de manera sumaria, unánime, aberrante y vergonzosa a José Miguel Salcido Romero; lo vemos ahora con la imposición de María Nancy Martínez Cuevas y Alma Rosa Armendáriz Sigala como consejeras del ICHITAIP, a contrapelo de un elemental arte de hacer política con afán correctivo; y lo veremos con la reelección anunciada de José Luis Armendáriz González en la presidencia de la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Y es que el jefe sagrado no se equivoca, es infalible, como el Papa. Si usted se pregunta si esto es democracia, ya tiene la respuesta a flor de labios: es una tiranía cargada de ropajes que todo lo simula para dar la apariencia en la forma, pero todo lo deturpan para corromperlo y autoproteger intereses y pagar compromisos. La transparencia que se convirtió en ley bajo buenos auspicios, no se quiere, al igual que la división de poderes y la genuina defensa de los derechos humanos.

Las críticas tienen sustento, lo que se necesita es músculo ciudadano para encarar esta tiranía. Moral y políticamente, César Duarte Jáquez y toda su nomenklatura no tienen derecho a estar aparentando que nos representan. Se deben ir y la palabra la tienen los ciudadanos. En un complejo proceso de lucha se tendrá que abrir paso a esta idea, y así como Leyva nos demostró que acudir a los tribunales no tan sólo es legítimo sino necesario para corregir los entuertos, con el resultado de que todo sigue igual hasta ahora, así, de la misma manera, hay que continuar defendiendo los derechos jurisdiccionalmente, pero sin olvidar que para los autoritarios eso no significa nada y que sólo el peso opositor de la sociedad organizada puede obligar aquí en Chihuahua a hacer un alto en el camino, deponer a quienes hoy ocupan el poder para que nunca más se reproduzca un ejercicio despótico del gobierno. Demostremos que hay ciudadanía y no siervos, que hay hombres y mujeres libres, no esclavos.

Obviamente que cuando un poder se ejerce de la manera que se hace en Chihuahua, es porque la corrupción que da la posición de gobernante es tan pródiga en beneficios económicos que se defiende a veinte uñas. Tanto Martínez Cuevas como Armendáriz Sigala y eventualmente Armendáriz González, ocuparán sus sitiales para servir de tapaderas o peldaños para el gobierno corrupto y corruptor. Justo como ya lo hace Salcido Romero en el cargo que le obsequió Duarte y avalaron, unánimes, las y los magistrados.

El espectáculo que se montó en el Congreso con motivo del escándalo del ICHITAIP, bien lo describe la escena registrada por el periodista César Luis Ibarra (El Heraldo, edición 11/04/2014), toda una conducta inveterada de los priístas y sus cómplices:

—¿Y cómo vamos a votar? –se preguntaban diputados priístas entre sí durante la sesión.

—Pa’ qué les damos chanza de hacer tanto show, si en la votación nos los vamos a fregar –respondían unos.

—Vamos a hacer las cosas como nos las ordenó el señor gobernador y que nos explicó Mario Trevizo –sugirió la diputada priísta Águeda Torres Barrera.

—Diputada, ¡cuidado!, tienes a la prensa atrás de tí… –le advirtió Enrique Licón, diputado del Partido Verde.

—¡Háblenle a seguridad para que saquen a todos los que no son diputados! –ordenaba Águeda Torres, al percatarse de la presencia de los reporteros.

Esto es más que un botón de muestra. Es la radiografía del poder que tenemos. La “izquierda”, por boca de la diputada Hortensia Aragón, cree salvarse de su reconocido carácter satelital haciendo un voto diferenciado pero que en esencia no hay duda que la deja acuerpada a la consigna que imperó para repetir lo que se reclamó en el juicio de amparo. Ni siquiera vemos que la argumentación tenga el más elemental sustento cuando la escuchamos decir: “…no encontramos los agravios suficientes en contra del quejoso, ni de las leyes, ni de la institucionalidad, ni del derecho de todos y de todas…”, y no se hace cargo de que esos agravios los dio por demostrados un juez federal y ordenó restañarlos. No hay ignorancia, hay doblez, varios discursos con un único propósito: cerrar filas con quien le dio el cargo. Cuánta falta hace una izquierda auténtica en el Congreso.

Durante el siglo XIX el liberalismo político triunfó precisamente porque México se había convertido en un gran almacén de agravios, del tipo que nos ocupa y que ya son muchos y alarmantes. Por eso surgió el juicio de amparo con matices de gran aporte a la construcción del Derecho, pero eso aquí no se entiende, o simple y llanamente se pasa por alto. Sin más talento que el suficiente para ser cacique y que por cierto no se requiere mucho, en Chihuahua se hacen así las cosas porque quieren que el tiempo de arrogancia se convierta en toda una eternidad. El gran escritor Francisco De Quevedo, puede que en Chihuahua, llegue a darnos la razón: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”. Démosle el empujón. Se puede.