Columna

Los cinco Manueles

Este texto trata de cinco personajes que tienen como común denominador haber sido bautizados con el nombre de Manuel. El primero es Manuel Bartlett Bautista, nacido en Tenosique, Tabasco, en 1894. En 1913, y siendo un joven estudiante, se cuenta que fue expulsado del Instituto Juárez de Tabasco por participar en una protesta contra el ursupador Victoriano Huerta. Migró a la Ciudad de México donde alcanzó el título de abogado e ingresó de lleno en la política como diputado local. Fue funcionario en el Poder Judicial de la Federación, donde ascendió de juez de distrito a ministro de la Suprema Corte. En esa alta institución dictó fallos que afectaron a las compañías extranjeras petroleras. Tenaz buscador de la gubernatura del Edén –cuatro veces lo intentó–, la alcanzará en 1953. El pueblo se amotinó en su contra y, siguiendo la tradición de la Revolución francesa, se formó para juzgarlo un Comité de Salud Pública. Defenestrado, finalmente terminó su vida en el Distrito Federal hacia 1963.

Aquí aparece el segundo Manuel: Manuel Bartlett Díaz, hijo del anterior, nacido en Puebla en 1936, durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas. Siguiendo la huella paterna se hizo abogado. Se dice que realizó cursos de posgrado en Francia y Gran Bretaña y que se doctoró en Ciencias Políticas de la UNAM. Él dice que ingresó a los 27 años al PRI, precisamente cuando este partido se aprestaba a postular a su paisano Gustavo Díaz Ordaz a la Presidencia de la república. En el viejo partido de Estado, hoy en extinción, ha sido secretario auxiliar de su Comité Ejecutivo Nacional, Secretario General, director de la revista La República, y coordinó la campaña presidencial de Miguel de la Madrid Hurtado, que inauguró la era mexicana del neoliberalismo.

Con una extensa carrera burocrática, llegó a la Secretaria de Gobernación, desde donde quiso brincar a la Presidencia de la república y Salinas lo rescata para hacerlo Secretario de Educación.

Como Secretario de Gobernación obtuvo una fama muy bien ganada de arbitrario, criminal, y es proverbial su desempeño al frente de la Comisión Federal Electoral, orquestadora de sendos fraudes: el de Chihuahua en 1986, que luego se expandió como sistema de burla y atraco a los derechos ciudadanos en 1988, cuando robaron la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas para entregársela al usurpador Carlos Salinas de Gortari. Los premios para el no cesaron: vino la gubernatura de Puebla y luego el Congreso le abrió sus puertas, cobijado por el adefésico PT.

Por una ironía de la historia, por decir lo menos, Manuel padre inició armas contra la ursupación criminal del chacal Huerta y, lejos muy lejos del ejemplo doméstico y familiar, Manuel, el hijo, fue un profesional de la usurpación, que significa quitarle a los otros los derechos y suplantarlos contra toda razón y justicia.

Y aquí viene el tercer personaje: Manuel Clouthier, hombre arraigado en Sinaloa, empresario de alto nivel, de derechas, que en 1988 se hizo candidato a la Presidencia de la república por el Partido Acción Nacional. En aquel entonces en el PAN se pensaba que iban por todo, y para su sorpresa se dieron cuenta de que Cárdenas estaba a la vanguardia y el PRI ganaría con malas artes.

Clouthier se mostró a la altura de las circunstancias y se levantó contra el fraude, estrechó la mano de Cárdenas y también la de Rosario Ibarra de Piedra. La historia ya se sabe: Manuelito consumó el fraude –se ha puesto elegante y le da reputación de metáfora– y andando el tiempo el prócer panista muere en circunstancias que hace pensar en un homicidio de Estado, que permite voltear los ojos hacia Bartlett junior.

Manuel Clouthier Carrillo, sacando la casta, nos ha dicho quién es Bartlett Díaz. Su hermana Tatiana, amlista de corazón, ha dicho que para la titularidad de la Comisión Federal de Electricidad “había mejores opciones que Bartlett”, no más, y que eso no significa que el país se vaya a descomponer. El que decide sabe los porqué de las designaciones y nombramientos. Ya saben quién.

Luego, el que tiene el poder en sus manos, también se llama Manuel. Etimológicamente habría una explicación, esta sí metafórica: el Dios está entre nosotros.