amlo-anaya2-28mar2014

Ya no se trata de un extravío. Se trata de seguir medrando con todo el dolo del quehacer político, en un país que ya está en el hartazgo con el mal llamado sistema de partidos al que muy pronto se sumará MORENA. En esta entrega me voy a referir centralmente a la relación del PT con Andrés Manuel López Obrador, por tener impacto en esa nebulosa denominada izquierda mexicana. Resulta que el líder vitalicio del Partido del Trabajo, señor Alberto Anaya, ya apuntó al tabasqueño como su candidato presidencial en el 2018, desentendiéndose de que ese año aún está lejano, que pueden pasar cualquier cantidad de cosas, que hay una elección intermedia en 2015 y muchas otras locales que arrojarán lecturas de lo más variado para insertarse de mejor manera en la futura sucesión presidencial. Pero lejos de estar escudriñando la realidad para decantar mejores propuestas, iniciar procesos de modernización, desligarse de las vergonzosas tutelas del dictador de norcorea, entre otras, la preocupación parece ser seguir viviendo de prestado y aprovechar la figura carismática para rebasar el mínimo de ley para continuar en el sistema partidario, con sus enclaves legislativos, prerrogativas económicas y demás privilegios que han hecho del PT mexicano una especie de fósil viviente.

Y cuando digo fósil me hago cargo de lo grotesco que resulta que se pretenda tener una cara democrática para competir en elecciones en nuestro país y a escala internacional se dependa de un dictador como Kim Jong-un, saldo de un mundo bipolar que quedó mucho tiempo atrás y que se caracteriza por las sucesiones dinásticas, un belicismo de pacotilla y una caricatura que no resiste ya ni las sonrisas de burla que a veces producen los desvaríos del sucesor, y desde luego pariente, del dictador Kim Il-sung. Por cierto que al actual dictador norcoreano se le registra hoy en los noticieros por haber dispuesto cómo se han de cortar el pelo hombres y mujeres, si éstas son casadas o solteras, el número preciso de estilo y dimensiones, evidenciándose hasta dónde pueden llegar los moldes totalitarios que sólo se sostienen al interior porque no hay ventanas abiertas para ver el mundo. Y si el dictador ya dispuso eso, a Anaya se le ocurre disponer que Andrés Manuel López Obrador será su candidato presidencial de su franquicia, no importa al respecto absolutamente nada, ni lo que pasará en los años que vienen, ni el debate del perfil más conveniente y mucho menos discutir la candidatura en la coyuntura que corresponda y que no es precisamente esta que vivimos, permeada ya de una agenda que pone en el centro la autonomía misma de la política y los partidos de izquierda para encarar a Peña Nieto, la lucha contra la reforma energética, la consulta respectiva y la apertura para la gran participación social, en un momento en que la democracia representativa, como la conocemos ahora aquí en México, está en bancarrota.

En realidad se trata de un chantaje. Y este chantaje tiene como lema candidato habemus, no importa que el tripartidismo mexicano coloque a la izquierda en bloque con un tercio de la votación histórica y que cualquier fraccionalismo la deja maltrecha, minoritaria y sin la influencia que se requiere para toda esta etapa tan difícil en la vida del país. No es difícil imaginar que si a esta sucesión adelantada ya se le puso nombre y apellido –Andrés Manuel López Obrador–, MORENA muy pronto haga lo propio, y tengo para mí que hacer política sobre esas bases, caudillismo e idolatría del líder carismático, va a contrapelo de un proceso para la democratización del país, de revertebrar la república y el espacio que habremos de ocupar en un mundo globalizado. A menos de que se esté pensando en una especie de autarquía azteca que corra paralela a la coreana y, cambiando lo que haya que cambiar, sea lo que se le ofrezca a los mexicanos para que éstos huyan, como se hace del fuego, cuando se proponen aberraciones a consulta del pueblo. Es un ejercicio escolar para la tiranía.

Quien espere que López Obrador cuestione a su alfil Alberto Anaya, que le diga que él porta un proyecto diferente, está soñando. También López Obrador tiene como único resorte que lo mueve el poder, llegar a ser presidente. Como si esta institución, una de las que hay que cambiar radicalmente si queremos que México salga del atolladero, per se fuera la garante de que este país se pueda transformar para garantizar una nueva etapa democrática y con justicia. La reforma democrática va mucho más lejos de quien ocupe la presidencia. Hay que preocuparse por el papel del Congreso de la Unión, los congresos estatales, el Poder Judicial de la Federación y tantos nuevos órganos llamados a tener una importancia superlativa en el futuro, como para estar pensando que un hombre providencial llegue a la cima presidencial del poder para, de ahí, iniciarlo todo. Quizás lo que se está insinuando, demagógicamente, es construir un hombre fuerte, dictador o tirano, pero con esa mercancía difícilmente se puede ir a la competencia electoral. El silencio de López Obrador, aparte de lastimoso, le hace daño a sus ambiciones mismas, pues ser postulado por alguien que se dedica a hacer la apología de dictadores, no augura nada bueno; no deslindarse, tampoco. Tanto apresuramiento, por lo demás, habla de ambiciones obsesivas que es difícil que entronquen con lo que está pensando la gente común y corriente, descreída del poder a más no poder, valga la redundancia.