Ahora que a Pedro Mauli se le procesa, local y federalmente, por desvío de fondos públicos que fueron a parar al PRI, situación que esta columna denunció hace cuatro años, viene al caso referirme a las lujosas oficinas que César Duarte construyó para instalar la sede del Comité Directivo estatal del PRI, pensando que su poderío se extendería al menos por un siglo.

Muchas oficinas y absoluta ausencia de partido, porque se reiteró como una simple sucursal de la intendencia de palacio. Por cierto, toda la gavilla tricolor estuvo al momento de la inauguración, incluido el infaltable don Beltrone. Un día después de la inauguración no hallaban la fórmula para hacer habitable tan grande espacio arquitectónico. Todos sabían que lo único que valía era el obeso cuerpo y atocinado cerebro de César Duarte. El edificio no era otra cosa que un vacío frontispicio.

Pero en todo va la maldad. Va de cuento: la construcción del edificio, muy conocido en Chihuahua, es producto de varios atracos: el primero tiene que ver con el desvío de los fondos que consentían los funcionarios a los que se les mermaban sus sueldos y salarios –cadenas de servidumbre– con la complicidad del protegido Jaime Ramón Herrera Corral, protegido del corralismo. En segundo lugar, viene la a todas luces fraudulenta venta del antiguo local ubicado en la avenida Pacheco de la ciudad de Chihuahua, que fue durante un tiempo un hotel de paso que patrocinó la prostitución y continuó con esa vocación, cuando ahí se instalaron los subjefes del PRI en el estado. Estos dos sucesos son harto conocidos; pero hay un tercero que se ha opacado y que pretendo traerlo a la memoria, porque ahí hay un doble atraco más. Llamémoslo el tercero y cuarto:

Resulta que donde hoy están las oficinas estatales del PRI, fue durante mucho tiempo la Casa del Campesino en Chihuahua, una instalación que dependía de la Liga Agraria, sucursal de la Confederación Nacional Campesina, que hospedaba a campesinos pobres que de todo el estado venían con periodicidad a atender gestiones para ampliar sus ejidos, obtener dotaciones, requerir créditos, en fin toda esa maraña que constituyó un vergonzoso juego de manipulación a los hombres del campo. Pero, a final de cuentas, una instalación de los campesinos que les evitaba gastos y les producía otros servicios. El edificio del PRI estatal está instalado a partir de un despojo, un despojo inocultable, pero no sólo a los campesinos sino a la propia colonia Dale, que vio mermadas sus vialidades, a ciencia y paciencia del municipio encabezado por Javier Garfio y con la finalidad de que la pirámide duartista luciera mejor.

Así las cosas (podría narrar más despojos), para creer, aunque sea un miligramo en la lucha anticorrupción, debería expropiarse ese edificio y entregarlo a la sociedad para instalar un centro comunitario.

Si el PRI quiere casa, que la compre con su dinero.