Recién terminé de leer el libro El fin del poder de Moisés Naím (editorial Debate, 2013-14). El autor es conocido por muy diversos motivos: dirigió Foreing Policy, fue director del Banco Central de Venezuela y también director del Banco Mundial. Es uno de los analistas más leídos en lengua española en temas de economía y política internacional y tiene la reputación de estar en la lista de los pensadores contemporáneos más importantes, a lo cual suma libros traducidos a muchos idiomas, entre los cuales el más reciente es precisamente el que traigo a comentario.

Influyentes políticos como Bill Clinton y Zbigniev Brzezinski al comentar este texto sugieren que cambiará la manera que tenemos de ver la política, por ser inteligente, hetorodoxo e innovador. En realidad contiene enfoques a tomar en cuenta y sobre todo es un arsenal con información dura que no se puede soslayar en el análisis de la economía y la política internacionales. Ojalá y más adelante pueda brindar una reseña más acabada de esta obra. Por ahora me quiero referir a un concepto ahí encontrado y que deseo trasladar como pivote para escudriñar lo que nos pasa a nosotros en la sociedad chihuahuense. No me extiendo a todo el país porque quizás eso forme parte de un comentario futuro.

El concepto es “recesión democrática” y sugiere que esta última oleada que ha barrido innumerables autoritarismos en el mundo, ha entrado en una fase de estancamiento o adormecimiento. Antes otros llamaron “malestar en la democracia”, que obviamente nos hablaría no de una inconformidad con esta forma de gobierno pero sí con un sinnúmero de circunstancias que están en su seno y que no encuentran las soluciones que se le asociaron, quizá por un error de casar realidad con ideales, como una saga a la llegada y consolidación de las transiciones de los viejos sistemas autoritarios a los democráticos. Sin duda estamos en una crisis de la democracia representativa y las herramientas de la participación pueden ser el remedio a través de plebiscitos, referéndums, iniciativas legislativas populares y la revocación de mandatos que no tienen por qué condenar a la sociedad a la espera de años que parecen siglos, cuando llegan pésimos gobernantes.

Para Naím hoy las autocracias son menos autocráticas. Las elecciones son esenciales a la democracia pero para el autor no son el único indicador de la apertura política; hay que ver también lo que pasa con la libertad de prensa, las libertades civiles, los controles y contrapesos que limitan el poder. Pero de todas maneras se deplora la existencia de un estancamiento en la democracia, de esa recesión que nos habla de paro, adormecimiento, conformismo, indolencia.

Para Naím hoy las autocracias son menos autocráticas. Las elecciones son esenciales a la democracia pero para el autor no son el único indicador de la apertura política; hay que ver también lo que pasa con la libertad de prensa, las libertades civiles, los controles y contrapesos que limitan el poder. Pero de todas maneras se deplora la existencia de un estancamiento en la democracia, de esa recesión que nos habla de paro, adormecimiento, conformismo, indolencia. Fenómenos que han sido examinados desde hace mucho tiempo pero que hoy, puestos a observar lo que nos sucede a nosotros, nos reclama producir una crítica no a los de arriba, que harán hasta lo imposible por permanecer ahí, sino a los de abajo, que no hacen poco o nada y permiten todo tipo de excesos y aún de actitudes censurables, como aquella muy recurrente de criticar en la casa y en privado lo que pasa, para luego cruzar el quicio de la puerta principal y ya en la calle comportarse con mansedumbre frente al poder despótico y autoritario.

De esa recesión democrática hablo. Chihuahua ha tenido momentos en los que la sociedad irrumpe en el espacio público. Durante los primeros años de la década de 1970, la izquierda fungió como un actor de primer nivel y movilizó cientos de miles de ciudadanos y luego, por diversos motivos, vino la caída. Desde la derecha, en 1983, 86 y 92, se dio una alternancia política que defenestró al PRI precisamente por la gran participación social de los ciudadanos, la realización de resistencias civiles ejemplares. Pero a partir de 1995 empezó la resaca, el PRI regresó en 1998 para demostrar, como dijo el cacique mayor de aquel entonces, que había vida después de la muerte y se vino una restauración priísta que prácticamente borra la historia y nos ha llevado a la circunstancia actual en la que César Duarte aparece como el todopoderoso, el temible, el padre vitriólico que puede castigar y todo lo que usted quiera en materia de violación a la división de poderes, a la conversión del PRI en partido de Estado y, cosa curiosa, en privado nadie lo quiere, todo mundo lo detesta, lo abuchean cuando aparece en auditorios no controlados. Se le tolera que asuma el cargo cuando está de visita en Chihuahua y todo lo que usted pueda imaginar con mayor conocimiento. Pero fuera de apretar los puños entre las bolsas de la ropa, no pasa nada, la sociedad está de vacaciones, los ciudadanos dormidos, las oenegés en sus tareas monotemáticas, la izquierda corrompida y anquilosada, el discurso sobre las nuevas realidades y los temas que plantea el peñanietismo y el cambio de estado –¿se ha dado cuenta que ya vivimos en otro?– no le pasa por la nariz a nadie. A esto Moisés Naím, con todo y que no es de izquierda, le llama recesión, la apellida democrática en una especie de paradoja, sólo para subrayar algo que de alguna manera todos sabíamos. La democracia no lo trae todo, nunca, pero la ausencia de una ciudadanía siempre activa y siempre presente, menos.

Hay que dejar la quejica cotidiana y poner manos a la obra. No hay de otra contra estas recesiones.