Columna

De protestas a protestas

Si uno revisa las estadísticas que el INEGI y otros organismos civiles manejan, con frecuencia podremos observar que los medios de comunicación no gozan del favor –por decirlo de alguna manera– ni de la credibilidad dentro de la población a la hora de rankear a las instituciones por el nivel de mayor confianza en el país. Al menos no ocupan los primeros lugares en sus sondeos.

Quizá por eso –aunque nunca será una razón plausible– los representantes de los medios de comunicación eventualmente son agredidos por quienes sienten que tienen el poder, momentáneo o extendido, en situaciones de exaltación pública o desde la oscura artimaña de lo privado. Si nos atenemos a las agresiones que a nivel nacional sufren los trabajadores de los medios, las cifras resultan francamente escalofriantes y, lo peor de todo, forman parte del padrón obsceno de impunidad que desde ya hace varios años lamentamos casi cotidianamente en el país.

Pues el pasado lunes 28, el reportero de El Heraldo de Chihuahua, David Varela, vivió en carne propia los efectos violentos de la adrenalina que secretan otros en contra de su persona a la hora del cumplimiento de su tarea periodística: varios individuos y mujeres integrantes de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA, reminiscencia del ala campesina de lo que fue aquel partido comparsa del PRI, el Partido Socialista de los Trabajadores, PST), le impidieron el paso –efectos del duartismo– en la puerta principal del Palacio de Gobierno. Sí, leyó bien: aprendieron bien del cacique Duarte en eso de andar bloqueando el ingreso a la población por la puerta que durante el sexenio pasado se mantuvo cerrada.

Y, como digo, si no son duartistas, al menos le aprendieron bien, porque desde temprano se apostaron frente a la Cruz de Clavos, justo en el lugar y la fecha en que Unión Ciudadana había citado a sus simpatizantes para caminar de ahí hasta la Fiscalía General del Estado con el propósito de presentar localmente la denuncia penal en contra de Duarte y sus cómplices, tal y como, en efecto, sucedió por ahí del mediodía.

La agresión al reportero, sea del medio que sea, es un atentado contra las libertades de prensa. En un estado y país que se jacte de democrático y aun cuando entre sus habitantes existan demandantes como el campesinado más iracundo, debe respetar esa libertad de expresión. Las agresiones que históricamente han padecido en su contra los campesinos, y ahora, como en el caso de David Varela, los trabajadores de los medios de comunicación, son reprobables desde cualquier ángulo, porque esa violencia nos habla de que el estado de salud de nuestra vida democrática padece de muchos males y reacciones como aquellas nos alejan bastante de ofrecerle uno de los mejores remedios que es la tolerancia.

Desde este espacio expresamos nuestra solidaridad con David Varela.