El fin de semana recibí por vía postal la entrega de la revista Claves de la Razón Práctica, que dirige el filósofo español Fernando Savater. Me llamó la atención de inmediato un artículo de Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política, investigador y actualmente profesor invitado en la prestigiada London School of Economics. Se trata de La política en la era de las redes* (pp 82-89). En este trabajo el escritor concluye tajante: “Pese a todo, sigue siendo una actitud inteligente resistir a esa pretensión tan extendida de proporcionar soluciones tecnológicas para problemas políticos”. Para él, la praxis de la política en la era de las redes sociales es todavía una cuestión abierta e invoca en su apoyo a destacados pensadores de Princeton, París, Cambridge y Nueva York, plumas por cierto de primera.
Vale la lectura de este texto en cualquier parte del mundo; está hecho con hondura, sencillez y tocando los problemas sensibles del tema. Aquí en Chihuahua más, si nos hacemos cargo de que el gobierno instalado recientemente va a procesar una decisión compleja en esta materia, que de inicio empieza con la reducción de las subvenciones a la llamada “gran prensa” que parasita del presupuesto y que realmente, lejos de proveer a una sociedad informada, propende a la enajenación social vía la persuasión de los absurdos más grandes, como pudimos verlo a lo largo del defenestrado “poder para poder”.
Está de más decir que Innerarity reconoce que internet está transformando las prácticas de la política. A su juicio, sobran celebraciones al respecto pero faltan reflexiones acerca de sus posibilidades y límites reales en esta materia. No tiene duda de que aún “no sabemos con exactitud cómo será la política en la era de las redes, pero sí estamos en condiciones de adivinar algunas posibilidades que inaugura y, sobre todo, qué tipo de prácticas políticas carecerán de sentido en la nueva república digital”. Se ha iniciado un periodo histórico que abre las compuertas de la democracia, pero las limitaciones están ahí y las ambigüedades también, porque hay una gran “desintermediación”, producto de la aplicación del internet. Este “no es un medio como los demás, no se inscribe en la continuidad evolutiva de la radio y la televisión, con su dicotomía de emisores y receptores”.
Es interesante un primer efecto registrado: “la desjerarquización”. Para decirlo en sus propias palabras, “el espacio público tradicional relegaba a la sociedad a la función de audiencia, filtraba y domesticaba sus opiniones, privatizaba su intimidad, infantilizaba a los ciudadanos y profesionalizaba el saber”. Al contrario de internet, que amplía el espacio, dejando de lado “un diálogo gestionado por los periodistas y los profesionales de la política”. Hay una fuerza de “horizontalización” del espacio, de tal manera que “no hay ninguna palabra pública protegida de la crítica, ni autoridad que pueda imponer el silencio”.
En la misma línea, el autor dice que la red cuestiona la autoridad vertical y centralizada, indicando alcances y limitaciones de lo que puede ser, particularmente cuando habla de las posibilidades de la autoorganización de los usuarios, llegando al insospechado –hace unos lustros– propósito de que “los habitantes de la red alimentan la esperanza de vivir en grupos sin necesidad de una autoridad central”. O sea, digo yo, alcanzar las metas del que alguna vez se consideró figura anticuada del pensamiento: el anarquista Bakunin, sepultando a Marx, a todos los dictadores del siglo XX y desde luego a los papas y sus encíclicas literarias.
Para el autor, “estamos comprobando que internet sirve más para el intercambio de opiniones o la movilización que para la decisión”. Sugestivo es el planteamiento en torno al activismo político a través de las redes, que se prodiga mediante formas de organizaciones de perímetro abierto, multipertenencia, compromiso variable, débil centralidad, heterogeneidad de los actores, bajo costo de entrada, fácil salida, diversidad de criterios de pertenencia y modos de acción de fuerte dimensión simbólica. Todos estos términos acuñados por el autor.
Cuando toma los parámetros de la geografía política (derecha-izquierda) nos dice: “Con todas las reservas que debe mantener cualquier analogía, resulta llamativo encontrar el paradigma del ciudadano como consumidor, a derecha e izquierda, adoptando en el primer caso la forma del homo economicus, y en el segundo la del homo digitalis”. Al respecto, tiene pertinencia una interrogante formulada en el ensayo; ciertamente habla del tránsito de las redes a las organizaciones, pero se pregunta: “¿Qué pasa cuando las organizaciones se asoman a la red?”. Afirma que la aproximación de estas a la red se hace de manera tradicional y utilitaria, pero que lamentablemente, según los más escépticos, la gente terminará moldeando internet para adoptarlo a la política tradicional. Esto se representa en el hecho de que las organizaciones políticas han llegado tarde a la red y se han preocupado más por difundir su propia información antes que propiciar el debate de ideas en torno a esa información.
No soslaya el autor que también existe un uso ideológico del internet, pero particularmente se cuestiona que a través de la misma se prodiga una cercanía y comunicación en el ámbito de la democracia, tras de la que se esconde la simulación. Y tiene razón, a mi juicio: “Que algo sea verdaderamente cercano, inteligible, que haya una participación efectiva y se mejoren las decisiones públicas, son cosas que dependen menos de los dispositivos tecnológicos que de la construcción política de un espacio deliberativo”. Yo agregaría que si ese espacio no se da entre personas de carne y hueso, no cuenta con el cemento para una buena edificación de una sociedad profundamente democrática.
A manera de conclusión, entre otras, Innerarity dice que “la red no se presta fácilmente a ser dirigida y no es especialmente apropiada para tomar decisiones (…) No es tanto un instrumento para la toma de decisiones como un espacio para el debate, un ámbito donde pueden convivir opiniones diferentes sin necesidad de preocuparse por tomar una decisión (…) Las formas de deliberación y consulta ciudadana on line organizadas por las instituciones públicas han sido más bien decepcionantes, porque la espontaneidad no se puede fabricar desde arriba”. Esta conclusión vale mucho a tomarse en el debate chihuahuense: “Liberad los datos, vienen a decir los ciberactivistas, que ya nos encargaremos nosotros mismos de interpretarlos de acuerdo con nuestras propias categorías”.
Algunos dirían, lo tengo para mí, que esto es el futuro paso a la Torre de Babel. Puede ser, no lo sé, pero de lo que sí estoy cierto es que ya estamos hartos de muchos propietarios, directores, voceros, coordinadores de comunicación social que tienen como única meta persuadirnos de su verdad y administrarnos el cerebro. Después de todo, Babel fue la cuna mítica de las lenguas.
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* Claves de la Razón Práctica, núm. 248, sep-oct 2016.
La industria de la información mexicana compró una cuerda de palabras huecas y sin valor y con ella se está ahorcando. La verdad en tiempo real se extiende como el fuego en un bosque y por ende la politíca en la era de las redes debe contar con un extintor para que la letra contenida en una tecla surja de una política libre de fricción y minimice la incertidumbre. Una época extrema requiere medidas extremas. Estamos en la sociedad de verlo, oirlo, hacerlo, y estar ahí. Las redes en la política debe mover la monotonía que apesta. El caos ha vuelto y para enfrentarlo se requiere de la aplicación de la ética y la moral en las redes políticas. Porque, en realidad, si no sabemos donde queremos llegar, ¿importa el camino que tomemos?
el internet es el diablo en la tierra.