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A mitad de año el PRD decidirá, con la elección de sus órganos dirigentes, emprender una nueva ruta o adentrarse en su declive como el partido hegemónico de la izquierda hasta ahora. El debate, y por ende el dilema, no es tanto si al frente queda Ebrard, Navarrete, Sotelo o Cárdenas Solórzano, sino la definición integral de futuro para México que ese partido ha de representar. En muy buena medida hay una carencia: una síntesis de pensamiento político, cultural y económico que vea al país hacia adentro de sus graves problemas y hacia afuera la globalidad en la que México debe insertarse con sus propios derechos, su visión y las asociaciones que mejor se correspondan con los intereses regionales. No es en sí mismo la pugna por el poder lo que define, sino el para qué se busca un nuevo sentir mayoritario de los mexicanos que se respalden en las instituciones del Estado. Está claro que la derecha de dos casas –la del PRI y la del PAN– tiene muy bien definido el entorno y sus intereses y cómo solventarlos; no así la izquierda que está fraccionada y necesita de una cirugía mayor para revertebrarse en una expresión unitaria que le permita dar los pasos que el fraccionalismo ha lastrado hasta ahora.

En la izquierda, con todas sus miserias, está claro que en el PRD se refleja la mejor experiencia que hasta ahora hemos tenido y que viene de fines del siglo veinte. No así por el naciente partido de Andrés Manuel López Obrador, el MORENA, donde, digan lo que digan, se está a lo que disponga de manera inapelable un líder, ciertamente influyente e importante, que jamás podrá sustituir la gran empresa colectiva que representa transformar a México. Unos cuantos gramos le quedan al PRD y de ellos se debe valer para reemprender la marcha, lo que supone un debate abierto que aborde la disputa por la nación y su proyección en el mundo.

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En ese contexto, la elección de dirigentes será un momento de primer importancia. El grupo hegemónico, conocido como Nueva Izquierda, y aún más como Los Chuchos, no quiere perder su primacía; a lo que se ve, desea defenderla a veinte uñas, sin darse cuenta que en el pecado lleva la penitencia porque dicha obstinación puede llevar a una fractura aún más significativa que la que dio López Obrador, quedando como únicos activos Jesús Ortega y su tribu que, escudados en la “modernidad política”, no van más allá de una reconceptualización del lombardismo en un aspecto de manera inequívoca: su dependencia casi absoluta del poder presidencial de Peña Nieto. Parten de la idea de que el partido es su patrimonio y que crece depurándose de sus mejores hombres y mujeres porque así dominan más fácil el rol partidario cuya esencia ha negado en varias partes al entregarse a alianzas que no han prodigado beneficios y sí han contribuido a mostrar una izquierda totalmente deslavada.

Carlos Navarrete es la carta de Nueva Izquierda, es una expresión de aquel talamantismo que no aspiró a más que estar anclado en el presupuesto del Estado, en lo económico y lo ideológico. De él se opina que como presidente del Senado jugó un rol de entrega al calderonismo y que fue más opositor, por ejemplo, el sonorense Manlio Fabio Beltrones. Esto sin duda es un baldón. Hoy no es Calderón pero las mismas pretensiones hay, o mayores si se quiere, con Enrique Peña Nieto. Y su oratoria retórica no va más allá de un locutor de simulada izquierda.

Nueva Izquierda como facción no olvida. Por una parte pareciera que su principal objetivo es denostar a López Obrador, pero también cobrarle la factura a precio muy alto a Marcelo Ebrard por haber apoyado a aquel en la elección presidencial de 2012. La política aquí se confunde con la mafia y sus vendettas.

Nueva Izquierda como facción no olvida. Por una parte pareciera que su principal objetivo es denostar a López Obrador, pero también cobrarle la factura a precio muy alto a Marcelo Ebrard por haber apoyado a aquel en la elección presidencial de 2012. La política aquí se confunde con la mafia y sus vendettas. No oculto mi opinión de que veo a Marcelo Ebrard como un activo muy importante rumbo al 2018, justo en el relevo de Peña Nieto y ese recorrido, a mi juicio, se ve entorpecido por la aspiración a dirigir al PRD y por la misma posibilidad de llegar a hacerlo. Pero es una obviedad que la decisión sólo a él le corresponde y él como político está acomodando sus fichas para construir su futuro.

Carlos Sotelo es un militante que viene de la izquierda comunista, profesor normalista, dirigente regional en Colima, candidato a varios cargos de elección popular, miembro de la dirección nacional de su partido y senador de la república en el pasado inmediato. Sabe lo que hay en el centro del país y también en las regiones, tiene un discurso renovador que no renuncia a llamar a las cosas por su nombre y, especialmente ha expresado que el problema del PRD no es el de la elección interna futura, sino la definición misma del partido y no está cerrado ni obstinado en la presidencia nacional sino en una unidad que permita superar los escollos, al lado de muchos hombre y mujeres que están realizando un esfuerzo en dos sentidos: sumar a la vida institucional y colectiva a los que continúan dentro del partido y llamando a los que se fueron, a reingresar y sumar sus aportes.

El ingeniero Cauhtémoc Cárdenas es una carta muy importante que se menciona para regresar a dirigir al PRD; el estatuto ya no le prohibe la posibilidad legal de hacerlo. En un ciclo de 25 años estaría cumpliendo una tarea que lo ocupó como el primero y ahora más reciente presidente, en un cuarto de siglo. No es fácil la decisión para el michoacano, el partido ha cambiado mucho y no siempre para bien. Tiene autoridad moral pero sus adversarios están dispuestos a pasar por ella si se interpone a sus intereses. Tendría que ser una candidatura de unidad, de un gran concierto, no pensado exclusivamente por su fuerte personalidad sino por la posibilidad de regenerar una alternativa de dirección, sumando claramente fuerzas bajo una nueva síntesis programática, justamente la que permita remontar hacia el porvenir. No descarto que Nueva Izquierda se empecine en bloquear el camino de la candidatura única, para llamar a medir fuerzas en una disputa Navarrete vs Cárdenas. Saben que es la mejor forma de disuadir al ingeniero, pues conscientes están que mientras Navarrete no tiene nada que perder, una derrota para el exjefe de gobierno del DF sería como el colofón de cómo un partido se manda al armario de los trevejos. Porfiarán y ciertamente están en su derecho, aunque políticamente no tengan razón.

Si a deseos vamos, para mí Cuauhtémoc Cárdenas representaría una gran oportunidad, sin desconocer que su candidatura sería el reflejo de cómo el partido no supo regenerarse a cada paso en los últimos cinco lustros, a grado tal que se ve en la necesidad de llamar a alguien que tiene muy bien ganado un retiro para nada inactivo por la importancia de sus opiniones en asuntos torales de la política, no nada más del partido sino allende el país y el mundo.

Si hay voluntad –soy escéptico– de emprender una senda nueva, una competencia abierta, reglada, de legalidad y acuerdos cumplidos, habría que dar muestras de ello, específicamente que al concluir Jesús Zambrano el 21 de marzo deje el cargo, se nombre un interino que garantice la neutralidad para una elección creíble y legitimadora, que no limpiará la cara del partido al cien por ciento, pero la hará más grata a los mexicanos que en grueso número no tan sólo están desencantados del PRD sino horrorizados, porque lo miden no nada más con criterios políticos, sino éticos que son indisolubles a la esencia de la izquierda. El partido se mueve entre estos dilemas y muchas dudas.