Hay hombres a los que el azar, una circunstancia adversa o la franca desgracia los lanza al espacio público, los distingue y se convierten en referentes de problemas con gran singularidad. Es el caso de Julián Lebarón, mormón del municipio de Galeana, Chihuahua, al que el brazo criminal privó de familiares y amigos muy queridos. Se trata de un hombre al que se le presentó el infierno en su propia casa.
Él se percibe como un pacífico justiciero; ostenta con timbre de orgullo su doble nacionalidad, aunque ideológicamente es más proclive a la estadunidense. La desgracia lo llevó a formar un efímero dueto con Javier Sicilia, que pronto sufrió un divorcio nunca aclarado, quizá por el talante no político de ambos. Julián Lebarón en reciente entrevista se muestra escéptico y no espera nada del nuevo gobierno que inicia la semana que entra. Tiene, por lo demás, una visión de Estado elemental, propia de un contribuyente de los Estados Unidos: pago impuestos, luego espero servicios. Él no se complica más la vida con teorías, partidarismos ni ideologías que pueden poner en riesgo particularmente su religión.
Es un descendiente de inmigrantes que llegaron de UTAH en los tiempos de la colonización preconizada por el presidente Porfirio Díaz, figura que con otras como Dublán, Pacheco e incluso el mismo Juárez, gozan de estimación en esa confesión religiosa. En la coyuntura actual es su convicción ver a los políticos como los verdaderos delincuentes, por más que esa visión sea estrecha y parcialmente verdadera, y no se diga muy popular. Alcanza a ver la viga ajena en los otros, pero se queda corto, convencional y parcial, cuando se ve en la tesitura de describir a esos políticos mormones que han participado activamente en el PRI, cual sería el caso de Alex Lebarón, fiel al duartismo, depredador del río Casas Grandes y practicante del nepotismo.
Lejos estamos de hacerle una crítica a lo que ha constituido su denuncia central contra la depredación de la delincuencia, pero sí es de deplorar la ausencia de un solo metro para medir a los políticos, exonerando con su silencio a aquellos con los que se tienen y comparten lazos e intereses.
No cabe la menor duda a los familiares no los escoge uno. Se tiene que lidiar con lo que toque. Hay familiares que enriquecen y hay familiares que empobrecen. Todo es cuestión de ética, valores, principios, dignidad y moral.