El periódico de cuyo nombre sigo sin acordarme, publicó un importante editorial que denominó “Asesinato de jefe policiaco, un mensaje para la nueva administración”. Y a pesar de todo quiero expresar una coincidencia con ese texto, particularmente con su orientación social.
Es cierto que tanto el crimen del comandante de la Policía Municipal, Francisco Javier Cisneros Prieto, es un ominoso mensaje, no sólo a los gobernantes que ya están a la puerta del horno, sino para la sociedad en su conjunto. En la misma línea está el proditorio crimen del menonita Timmy Enns, que no obstante haber pagado su rescate, de todas maneras se le inmoló. Se puede conjeturar válidamente que en este periodo de cambio gubernamental se estén presentando estos picos en la criminalidad, como anunciando un simple ajuste y reacomodo del crimen organizado sobre el territorio de Chihuahua y las zonas de influencia que están a su cargo.
Reto principal de los que vienen será dar muestras de combate al crimen mas no contemporización con el mismo, menos cuando se pudiera llevar a efecto bajo la política del silencio que ha caracterizado la actuación de Enrique Peña Nieto, quien quiere tapar la continuación en el país de una guerra civil de naturaleza económica, de esas que la sociología internacional cataloga como las “nuevas guerras”.
Una transición mal llevada en este ámbito y más cuando es producto de enconos de la naturaleza que sea, habla de la nula visión de Estado del que se va y de la falta de astucia y fortaleza de los que llegan, para dar una solución en la que el crimen carezca de beneficios circunstanciales, que se verían agravados con mensajes equivocados a los cárteles que pudieran estar pensando en un baño de sangre en lo que resta de los meses de octubre, noviembre y diciembre.
Desde la óptica que se le vea, el tema es sumamente grave y preocupante, y sobre todo lesivo a una sociedad que ha fincado expectativas muy grandes para el próximo quinquenio. En este sentido, atina el periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, al subrayar que a una semana de la entrega del poder no se haya celebrado reunión alguna con el fiscal general, e igualmente preocupante sería si se hubiera llevado con sigilo, porque lo que se sabe es que el modus operandi del gobierno actual ha sido la transacción entre los grupos delincuenciales para mantener el status quo, garantizando áreas de influencia y la política de que nadie se meta con nadie para que no pase nada, salvo las drogas a los Estados Unidos y su comercialización en prácticamente todas sus ciudades. Para nadie es un secreto al respecto, que el gobernante que se va y su fiscal, Jorge González Nicolás, se han beneficiado del narcotráfico, exhibiéndose así una escalofriante fotografía de hasta dónde puede llegar la corrupción.
En mérito a esto, tanto reunirse como no reunirse con el fiscal general, o con el secretario ejecutivo del Sistema Estatal de Seguridad, tendría sus pros y contras; pero la ley es muy clara al respecto: los responsables en ambos bandos deben ajustarse a protocolos de entrega y recepción ineludibles en una área de la administración pública tan sensible como la seguridad y por ende la paz de los chihuahuenses. De ahí que acierta el periódico al afirmar: “Esta indolencia en materia de seguridad pública por parte de quienes llegan al poder está teniendo graves repercusiones”, más si se da en medio de “reyertas políticas inútiles en las que la gran víctima es la sociedad”, a menos que las reyertas no se transparenten a la opinión pública y no tengan la característica de la inutilidad, lo que de todas maneras pone en juego la paz y la seguridad de los chihuahuenses.
De ningún modo, y esto ya trasciende al texto en comentario, se puede continuar la política duartista de considerar a Chihuahua una simple ínsula en la que suceden las cosas al margen de lo que hay en la república y el mundo. El problema de la droga, el crimen organizado, el tráfico de armas y los aparatos y circuitos financieros que lavan el dinero sucio es un haz de problemas que suceden en un mundo global, de tal manera que nadie se puede vanagloriar porque en su esfera no pase nada, pase muy poco o sean hechos aislados. Que las cosas se presenten así es producto del diseño de las “nuevas guerras” y de un enemigo invisible que hoy, o a partir de octubre, puede decidir que las cosas sean diferentes y que vuelvan a correr ríos de sangre como en la etapa más aguda que vivió Chihuahua y que se continuó en el duartismo, aunque él haya vendido la baratija de que ya estábamos en “Chihuahua Vive”.
De vez en cuando vale la pena leer el periódico de cuyo nombre no me quiero acordar.
La guerra es un vocablo que puso el PRI y Caderón en el centro de la conciencia nacional. Su decisión no estuvo cautelosamente pensada ni partió de una estrategia sensata ni absolutamente honesta, tan es así que la ciudadanía mexicana quedó entre lo que Marcela Turati llamó «un fuego cruzado con terribles daños colaterale». El filósofo alemán Theodor W. Adorno, tras el exilio de la segunda guerra mundial concluía que la única verdad está en la moral y que la moral surge cuando dos hechos contradictorios se encuentran. Hoy el dolor y la esperanza conviven con una naturalidad inaudita. Hoy la violencia de ésta guerra civil, que se vive, en muchos casos es algo parecido a un sopor que nos hace caminar más cansados, pensar más lento, reaccionar mucho más despacio. Araceli Manjón Cabeza escribe: «le hemos dado la industria más floreciente y millonaria del mundo a la gente más armada y con menos escrúpulos; la que no tiene humanidad y expresa un desprecio total por la vida»
El problema está en que usted está entre quienes provocan las peleas, los odios; eso que genera en la sociedad mayor división.
No debemos creer en planteamientos que sólo censuran por sistema y que únicamente sirven de drenaje para las más bajas pasiones; no hagamos caso a la malevolencia y al encono; a la injuria, difamación o calumnia.