Lo que parece es, o tiende a ser, para no absolutizar. Con ansias de novillera, María Eugenia Campos Galván aparece cogobernando con Javier Garfio Pacheco. Hay duartismo en el hecho y paso a explicarme: ayer Garfio y Campos Galván ofrecieron una rueda de prensa donde anunciaron el retorno del Festival Internacional de la ciudad de Chihuahua, como “un esfuerzo conjunto entre ambas administraciones”, la corrompida del ballezano y la del bienio que aspira un trienio más, y de ahí a las alturas. Los motivos que han circulado a través de los medios son grotescos: celebrar la fundación de Chihuahua en el más rancio sentido conservador que pueda recordar al conquistador Antonio Deza y Ulloa; generar identidad, que ojalá y no sea sobrepuesta la del Frente por la Familia, y, ¡vaya cortesanía!, para dar la bienvenida a la alcaldesa electa.

Hay un tufillo inocultable a proyecto de poder y cercanía con las gentes del cacicazgo de César Duarte, que ya habrá oportunidad de deshuesar más adelante. Hoy me interesa comentar un punto en específico y tiene que ver con los festivales “internacionales”. Me tocó participar de la creación del Festival Internacional de Chihuahua a cargo del gobierno estatal; en su momento hice una defensa, cultural y política, sobre la decisión tardía si nos comparamos con el prestigiado Festival Cervantino que se realiza anualmente en Guanajuato, o con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Garfio-Maru. Socios.
Garfio-Maru. Socios.

Pensé, en 2004-2005, que Chihuahua necesitaba dar ese paso y que había que optimizar la cooperación institucional para que todo el estado, por ende sus municipios, sus universidades, sus colectivos culturales se abocaran a ir colocando a Chihuahua con un evento de creciente calidad y de talla superior. Bajo esa divisa surgió, pero luego vinieron los mediocres –Corral Jurado les llama “los vividores de la cultura”– y echaron a perder todo, convirtiendo el anual acontecimiento en una suerte de eventos comprados en los tianguis donde se expenden a precios carísimos. Mientras tanto, la parte de cultura que le toca al suceso, quedó relegada.

Pero hubo algo que contribuyó desmesuradamente al fracaso del Festival Internacional Chihuahua: que Juan Blanco, entonces alcalde de la ciudad capital, decidió poner su casa aparte, hacer su festival, rivalizar y duplicar esfuerzos –y por tanto dinero público– en algo que podía estar bajo el mismo paraguas. Pero como Juan Blanco se encampañó hacia la gubernatura desde la alcaldía –enfermedad que muy pronto contagia al que empieza a andar y ya quiere correr–, estableció su propio festival y fue amo y señor del mismo, y entonces las cosas empezaron a salir mal porque realmente, bajo esos auspicios, no salen bien las cosas, simple y sencillamente. Chihuahua no está para dos eventos iguales. Se trata del uso y abuso personalísimo del poder.

Racionalizar los recursos del erario implica ponerse de acuerdo para hacer las tareas comunes y hacerlas bien. Pero no, no es así porque debe llevar el sello personal, oculto atrás del biombo el sello propio y hasta el descaro de decir que todo el festival es para darle la mejor de las venidas a Maru, que ese es su acuñado apócope de todos tan conocido. Y si se trata de un proyecto de poder y ahí asoma la calva Garfio, quiere decir que forma parte de la pugnacidad, hoy más o menos soterrada, quizás mañana abierta, entre el Palacio de Gobierno y el del Ayuntamiento.

Cosas veredes, Sancho.