Un fantasma recorrió ayer la ciudad de Delicias: “para los traidores no existe la piedad”. Desde luego que se trata de una vieja conseja por la cual no se puede tener un afecto incondicional, pero sí recordarla porque si algo irrita a la condición humana es la traición cuando cobra el rostro del cinismo. Y es el caso del expanista y excandidato del PRD a la gubernatura de Chihuahua.

Dos evidencias prefiguraron su deplorable condición actual: su anuncio, antes del proceso electoral del pasado domingo, de regresar a la alcaldía que tanto presumió en campaña, sin esperar, así sea por una formalidad, el resultado electoral. Al realizar así su decisión, exhibió la miseria de quien llegó a la candidatura para estorbar, para la infamia. Cubierta la tarea que malogró, luego se presenta a sus oficinas con la espada desenvainada y como señor de horca y cuchillo. Casi casi diciendo vengo como el castigo que Duarte y Jaime Herrera quieren para los delicienses. La otra, hacerlo en un afán de cacería de brujas, destituyendo a los que seguramente no renunciaron a sus convicciones y continuaron adelante con sus compromisos políticos y partidarios. La historia tiene el antecedente de cuando impidió la formación de Unión Ciudadana en Delicias.

Panistas vs "el traidor".
Panistas vs «el traidor».

Cuando se da este retorno, la piedad no es una virtud que se pueda practicar, y entonces hubo ira, decisión de no darle cabida en un espacio público que abandonó para traicionar la protesta que un día pronunció de cumplir y hacer cumplir la Constitución.

El precio que está pagando Jaime Beltrán del Río es congruente con un acto sólo imputable a él: cuando vestido de traidor se puso al servicio de dos de los más grandes corruptos de Chihuahua: César Duarte y Jaime Herrera Corral. Preocupa, en serio, decirlo: para los traidores no existe la piedad.