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No es inusual que el concepto de soberanía se le tenga en el cuarto de los trebejos como un término caduco. Como también se recuerda con frecuencia que en épocas de poderío imperial el concepto vuelva a tener relevancia. Todo depende de la circunstancia internacional, más en un mundo global como el actual donde la multipolaridad empieza a ser una realidad: Estados Unidos, la zona euro, el grupo BRICS, China por sí misma. La idea de soberanía ya no se sostiene como discurso para el nacionalismo estrecho, autarquíco, pero de que estas regiones defienden para sí y sus integrantes lo que les pertenece, no hay duda. Por eso en el debate internacional se tienen muchas reservas de política internacional para el procesamiento de desacuerdos, las alianzas económicas, la normatividad tecnológica y financiera y, por tanto, los elogios y los cebollazos sólo se reserven para políticos menores en la escena internacional. Quiero decir con esto que los aplausos que recibe Peña Nieto fuera del país –foro en Davos, portada del TIME– son las estrategias con las que se anuncia la llegada de un mundo de oportunidades para intereses que no son precisamente de los mexicanos, la recepción de un mandatario servil, pero sobre todo, como bien lo ha subrayado el periodista Jorge Zepeda Paterson, una especie de aplauso inmerecido porque no se le pueden dar estas condecoraciones fuera de nuestras fronteras nacionales y conciliar eso con la caída vertiginosa que lleva Peña Nieto aquí en México, de acuerdo a calificados sondeos.

Zepeda Paterson lo dice de manera precisa: “…los niveles de popularidad de Peña Nieto son bajos, peor aún, son inferiores a los de Felipe Calderón a estas alturas del sexenio…” (ver blog: jorgezepeda.net), lo que nos haría suponer un final trágico para su gobierno. Y no puede ser de otra manera. Las reformas que presume hacia afuera, hoy por hoy son inciertas porque no tienen un sólido respaldo. Falta, por decir lo menos, que se inicie la disputa por la nación en materia energética, y no nada más me refiero a la consulta probable sino a la lucha que se dará de fondo para la defensa de una riqueza que no tiene que salir de las manos de la nación.

Hoy se le aplaude a Peña Nieto, se le considera un redentor y el salvador de México, pero quien aplaude realmente lo que hace es frotarse las manos por el cúmulo de business que planean en este paraíso mexicano en el que el gobierno ha expuesto al país a la expoliación. Cuando esa lucha cobre una dimensión trascendente, claro que va a haber una muy buena dosis de nacionalismo y quizá habrá una reedición de la teoría de la soberanía para defender a México de este tipo de “salvadores”. No está de más, por último, recordar que el concepto de “salvador” es un concepto de la derecha y la reacción. Santa Ana y Maximiliano, al igual que Adolfo Hitler, se presentaron como salvadores y ya ven lo que pasó.