Está próxima la elección de rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Terminarán los días de Enrique Seáñez Sáenz y se recordarán como el tiempo de canallas en esa casa de estudios. Si tradicionalmente la universidad ha estado sometida al gobierno, con Seáñez eso alcanzó notas que avergüenzan y que van desde reiterados homenajes a César Duarte hasta abyectos servicios cuando el cacique se vio en apuros.

Hablar de autonomía universitaria en el estado de Chihuahua es referirse a una especie de entelequia, a lo más a un recurso retórico que sirve para engañar a los bobos. La autonomía no es otra cosa que una simple máscara para esconder la dependencia. El gobierno dice respetarla pero mete las manos hasta los codos ante la pasividad de académicos y estudiantes. En el caso de la UACH, la carencia de un movimiento democratizador ha derivado en una institución sumamente costosa e inaccesible para los económicamente débiles, ya que colegiaturas y servicios prácticamente la convierten en una universidad privada.

La historia viene de lejos y no se ve una pequeña luz en el túnel que nos hable de apertura, viraje o resurgimiento de una institución tan necesaria, con un diseño cercano a la sociedad y sus intereses, con accesibilidad para todos, con espíritu crítico y científico. Gran parte de la historia de la universidad, a partir del segundo lustro de los años 70 del siglo pasado, demuestra el divorcio que tiene con la comunidad y la real preservación de la cultura para apalancar el desarrollo y la elevación del espíritu humano.

Repasar los nombres de algunos rectores es tanto como hacer una historia del crimen: ahí se encontrarán a José R. Miller, a César Humberto De las Casas Duarte, a dos hombres que se hospedaron en algún momento en las penitenciarías del estado, como Rodolfo Torres Medina y José Luis Franco, para llegar al actual rector que en un momento de dura crisis del duartismo, no dudó en aliarse con él para denostar a los opositores a la corrupción política. Un agravio muy grande que se convierte en baldón para todos los directores de las facultades de la UACH y la cauda de rectores y directores del COBACH que un día obedecieron a César Duarte para que lo defendieran de lo indefendible, acción orquestada por un señor de apellido Tachiquín.

Pues bien, se está cocinando un nuevo rector. Nuevo por decir el siguiente y no por otra cosa. Ya se nombra a Mario Trevizo Salazar como un posible candidato fuerte. Sería una ominosa herencia del duartismo, pues este abogado saldría de las entrañas del cacicazgo para entronizarse en el poder rectoral, como si su historia no lo manchara e hiciera indigno de encabezar a una institución de este corte. Pero en esto lamentablemente nada es imposible, como no fue imposible que el gobernador ballezano haya designado a su hermano rector de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, acreditando que el nepotismo es tal que no se le pone traba alguna donde, así sea por cuidar las formas, se hace necesario. Con universidades así se patrocina indirectamente el proyecto de la universidad privada que, por más que brille en el horizonte, nunca tendrá un proyecto público de la sociedad en su conjunto. Y podrá ser Trevizo Salazar o cualquier otro u otra, que en esto y mientras prevalezcan las circunstancias, como dice la conseja popular, lo mismo será Chana que Juana y quizá nota distintiva sería la ronca voz de locutor del actual secretario general del cacicazgo.