Inició formalmente el proceso electoral Chihuahua 2016. Muy pronto habrá candidatos, alineamientos partidarios previsibles, incertidumbre en el rumbo que tomen las candidaturas independientes, los partidos se conservarán como cotos cerrados de sus afiliados y distantes de alternativas novedosas. Como todo proceso electoral contemporáneo, porque es un mal mundial de la democracia, cobrarán preponderancia el marketing, la tiranía del spot, las políticas de imagen, las marcas, los eslogan engañosos y todo lo que se pueda englobar dentro del concepto banalidad.

Si bien la elección en Chihuahua tiene un lugar en un conjunto de elecciones locales que contribuirán a marcar una tendencia hacia el 2018, no está de más que reflexionemos sobre las peculiaridades del proceso en la entidad. De entrada hay que reconocer que va quedando en una nebulosa la lucha democrática de los años 80 y cuando el estado fue territorio de alternancia –concepto que debemos al politólogo Alberto Aziz Nassif– de 1992 al 98, quedó como un precedente que vitalizó a los priístas para recuperar su dominio, semicompleto a partir de 1995 y prácticamente hegemónico cuando arribaron Patricio Martínez García, José Reyes Baeza Terrazas y César Duarte Jáquez. Esa hegemonía hoy está gravemente dañada; socialmente el cacicazgo actual la ha postrado en el absoluto desprestigio tan pronto se develó la corrupción superlativa y la impunidad que la acompaña. La crisis de las instituciones es mayúscula: prácticamente no hay Congreso del estado y la dependencia del poder Judicial no tiene parangón en la historia local. Los órganos autónomos (ICHITAIP, CEDH, etcétera) han renunciado de facto a jugar el rol que les corresponde. No está de más recordar la vieja lección que arranca con la Revolución francesa al respecto: ahí donde no hay división de poderes, no hay Constitución.

Y, en efecto, lo que tenemos es un pedestre y grotesco gobierno tiránico y personalista, una especie de Estado doble en el que en la fachada está el nombre de las instituciones, adosado a los edificios donde se albergan. Pero en la realidad, una especie de gobierno secreto en el que se deciden todas los asuntos en agencias informales, y las más de las veces apalancándose en las posiciones de poder para lucrar con beneficios estrictamente privados. Son proverbiales dos casos: el de Jaime Herrera Corral, secretario de Hacienda, que antepone sus intereses de banquero a los del hacendista que requiere Chihuahua. Se sabe de cierto que so pretexto de la reestructuración de la astronómica deuda pública, que heredará el gobierno de Duarte que ha quebrado a la entidad, privará a las finanzas locales de los ingresos de su sistema carretero. Todo esto se ha dicho por unos cuantos, pero a nadie le llama la atención. El otro caso es el del cómplice de Duarte –vulgar prestanombres–, Carlos Gerardo Hermosillo Arteaga, al que se le invistió como diputado federal para darle los beneficios del fuero, no obstante que en su contra pesan cargos ya probados que se sintetizan en este par de palabras: corrupción política.

Por más que se diga con ímpetu propagandista, gravosamente remunerado, la política social en Chihuahua, aun la de pequeños márgenes que se da en este sistema, está en quiebra, como en quiebra están las finanzas del estado. En materia de educación nadie puede creer en la novelística de Marcelo González Tachiquín. Las universidades públicas (las privadas no cantan mal las rancheras) están postradas al cacicazgo. El COBACH es pieza de utilería para rellenar auditorios a modo. La prensa más silente ante el estado que jamás hayamos visto. El narcotráfico y el crimen organizado, apoderado de vastas regiones de la entidad, donde ha ocupado los vacíos que le deja el poder público, que ha restado lo que debiera ser su propio monopolio de la violencia institucional, en la vieja idea de Max Webber.

Las grandes compañías extranjeras instaladas en la minería, prácticamente han creado sus propios enclaves y son zonas de extraterritorialidad; y en paralelo, como poder fáctico, está una jerarquía de la iglesia católica, obsequiosa con el poder y divorciada de lo mejor que el Evangelio ofrece a los de abajo.

La movilidad social, y particularmente la urbana en las dos grandes ciudades del estado, fue desestructurada para dar paso a obras que dictó un aprendiz de brujo que vino a destruir lo que funcionaba mal en favor del desorden y las molestias que se dan en la vida cotidiana y que lastran la existencia misma de quienes sufren la carencia de un urbanismo democrático.

Las desapariciones forzadas que tienen números gravísimos, no forman parte de ninguna agenda estatal responsable. La violación a los derechos humanos de las mujeres, los ancianos, los niños y niñas se ha agravado. Los recursos acuíferos están en grave riesgo y la ganadería con una tendencia al monopolio que beneficia al grupo cercano a César Duarte.

Los empresarios o se pierden en una filantropía barata en la que el rótulo de “socialmente responsable” ya lo satisface todo, o son creyentes en un Estado de derecho que llegará con un rayo divino, hoy se ocupan de sus negocios, de sus riquezas, y los más apoyados en la corrupción. Para ellos las elecciones son la oportunidad de recolocar sus negocios y que todo siga igual. Para estos empresarios la historia del porfirismo pasó de noche, y habría que recordarles que cuando una tuerca se aprieta todos los días, tronará ineluctablemente. Ya no puede perpetuarse más el régimen de privilegio que se troca en desigualdad. ¿No habrá capacidad de entender que esa circunstancia pone en riesgo a los mismos capitales, o es que están esperando a una dictadura que les garantice mejores dividendos? Construir el Estado de derecho cuesta, pero al parecer los señores del capital lo tasan en dinero, y en ese proceder se pierden.

La lista podría tener más rubros y no quiero omitir lo que se deja sentir en las aspiraciones políticas: una descarnada lucha por el poder al interior del partido dominante y un patrimonialismo que denota desprecio por la voluntad popular. Todos renunciando a sus cargos o pidiendo licencia y lanzando el mensaje de que hay que hacerse con el lugar donde duermen las huilotas, y lo digo así para que se comprenda mejor, sobre todo por quienes tienen grandes cargos de responsabilidades inversamente proporcionales a su formación y conocimientos políticos.

En un panorama así, con condiciones objetivas excepcionales, para dar un gran viraje hacia una democracia real, la construcción de un genuino Estado de derecho, generación de una política para abatir las grandes desigualdades, resulta descorazonador reconocer que muy pocos están pensando en aprovecharlas para corregir el paso, con candidaturas genuinas y comprometidas, impulsadas por un gran frente único, con un riguroso plan de gobierno vestido de compromiso ineludible ante la sociedad y la propuesta de un nuevo equipo gobernante. Esos pocos prácticamente no tienen cabida en la visión de los partidos, del PRI por razones obvias, pero de los demás porque la crisis que los carcome es prácticamente irreversible.

Pero no todo está perdido. Queda el sagrado recurso de la rebelión en los términos que lo dispone un importante Considerando de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que transcribo quizá sólo para endulzarme el fin de semana:

Es “esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

No lo olvidemos, la oportunidad no toca dos veces a la misma puerta.