De veras que a veces da pena Nieto. Con su ya muy ensayada pose de galán de espejo y su respectiva voz apañada de la escuela de actuación de Televisa, el de Atlacomulco volvió a ser presa de sus contradicciones verbales y, por extensión, mentales. Aprovechando el balance que hizo sobre la primera mitad de su mandato y el anuncio de la convocatoria del debate nacional sobre la legalización de la mariguana, dada a conocer por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el presidente de la república hizo uso de la personalísima figura constitucional que representa para anticiparse a lo que ya todo mundo sabe: “yo no apruebo” la descriminalización de la cannabis.
Sería una mofa exigirle que especifique si se trata de la cannabis índica o la sativa, pues desde el punto de vista científico, es de la segunda subespecie de la que se extrae la mariguana y de la primera el hachis. En fin, es lo de menos. Sin embargo, las peligrosas ocurrencias de Peña Nieto ponen en jaque a la sociedad a la que con su “yo” por delante induce a un debate cuyos resultados ya podemos anticipar, más allá de si se ha puesto a disposición de la ciudadanía información y literatura al respecto, la cual seguramente no ha leído, o si la ha leído tal vez no sea la que informe no sólo sobre los efectos de la droga sino también sus usos medicinales, base sobre la cual la Suprema Corte ha tomado una decisión importante recientemente. Es decir, Peña Nieto está induciendo el debate. Es tanto como jurar respetar la Constitución y violar su obligado comportamiento laico, permitiéndose públicamente orar y consagrarse por una religión determinada, como ocurrió en Chihuahua con el cacique César Duarte.
Pero Peña Nieto utilizó un rostro adusto, aparentemente firme y duro, para dar a conocer su posición, porque sabe que en el México conservador que tenemos es elevado el porcentaje de personas que no están a favor de la legalización de las drogas, y haber dicho lo contrario le acarrearía, mínimamente, menos “amigos” en su cuenta de Twitter. Como sea, decir “sí” tendría sus costos políticos que no quiso poner en riesgo. Empero, no guardó las formas republicanas de abstenerse de inducir un debate tan gelatinoso como el de la legalización de la mariguana y prefirió invitar a jugar al “yo te gano” a la sociedad mexicana, teniendo él en su poder el bate y las pelotas (suplico poner atención en que esto último es solamente una metáfora). Hasta se apoyó en las dubitativas palabras de sus hijos para coercionar moralmente a la sociedad con una estudiada y vertical postura paternal para refrendar su rechazo a un debate sobre el tema de los “churros”. Aunque no les despejó la duda realmente porque ellos preguntaron dónde se iban a echar ahora el “churro” y no por qué.
Con esta invitación ventajosa y chantajista, Peña Nieto está diciéndole a los mexicanos: los oigo pero no los escucho. El asunto tiene sus matices, porque no es lo mismo una cosa y otra, tal como algunos expertos en lenguaje afirman. El lexicógrafo español José Martínez afirma, por ejemplo: “Obsérvese que para oír basta tener sano el oído. Sin embargo, escuchar presupone el esfuerzo adicional de prestar atención, que ‘querer oír’ los sonidos que llegan”.