Creo haber leído que en alguna ocasión los adversarios de Augusto Bebel, el notable socialdemócrata de fines del siglo XIX y principios del XX, le aplaudieron alguna de sus posiciones políticas, y él dijo: “Me aplauden los adversarios, ¿qué habré hecho?”. Esto viene a cuento porque ayer rindió su protesta como diputada por el PRD la señora Mónica Guerrero, que sustituye a la campeona del duartismo en el Congreso, Hortensia Aragón.
Resulta que la nueva legisladora protestó levantando la mano izquierda y además formuló incómodas interrogantes a los integrantes de la legislatura. Eso bastó para que la columna Ráfagas de El Heraldo la tildara de ignorante, rijosa y habladora. También de que no sabe bien a qué va al Congreso del Estado. Huelga decir que cuando Guerrero pronunciaba sus palabras, los diputados estaban en otra cosa, distraídos, atendiendo sus móviles, o todas esas conductas que adoptan en desprecio de la institución. Pero nada más llamó la atención la mano izquierda, el discurso discrepante y, lo más importante: extrañaron a la modosita Hortensia, a la moderna y prudente diputada, a la que sí se entiende con Duarte a través de su siervo Rodrigo, y todo esto que usted imagina.
No se escuchó ni en la columna ni en ninguna otra parte de las habilidades de Hortensia para estirar la mano y recibir dinero a cambio de votos y parlamento “plural”. Les molesta lo que se vio ayer en el Congreso, pero se olvida lo esencial. Y es que las leyes de gravedad no fallan: todo cae por su propio peso.
González Tachiquín: el que lo reencuentre un buen reencontrador será
Con la novedad de que Marcelo González Tachiquín se apuntó para ser aspirante a la gubernatura del estado. Quiere sustituir al cacique Duarte, aunque bien miradas las cosas, en su fuero interno debe pensar que tan “grande” persona es insustituible. Recurre mucho al autoelogio, desatiende la crítica y no da muestras de que la autocrítica sirva de algo. Ofrece “reencuentro político”, dice tener trayectoria y militancia. No se autorregateó nada. Es el ideal de la perfección para el cargo. Sin embargo, hay algo que lo pinta de cuerpo entero y se llama no disciplina del partido, cuando por tal se entiende el apego a estatutos y leyes, sino abyección, complicidad y quema de innecesario incienso para sahumar a su jefe al que todavía le da gran capacidad de decisión. Quiere ser el candidato del cacique. Y, tomando el hilo de lo que decimos, lo quiere imitar. Dice: “César, fue un hombre profundamente respetuoso del partido, del gobernador de las circunstancias (¿así se llama ahora José Reyes Baeza?), y hoy eso le da una autoridad moral absoluta para pedir que la batuta de la dirección política la lleve él (¿adiós y gracias Enrique Peña Nieto?), pues él (casi quisiera poner Él con mayúscula, pronombre para Dios) en su momento fue profundamente respetuoso; no movía un dedo, no movía una reunión, no hacía actividades si no las consultaba antes con el gobernador: o le avisaba o le pedía permiso (ni Hitler ni Stalin pedían tanto); un buen testigo de esa situación era el secretario particular del entonces gobernador, Octavio Acosta (¿chismoso?) de quien tengo la fortuna de que hoy sea mi subsecretario”.
Aunque hay más perlas en la entrevista de González Tachiquín, basten las transcritas para tener el autorretrato de un aspirante a gobernador palaciego, insensible a los estilos y contenidos de la moderna democracia y a la teoría política que se expende en las buenas universidades. Porque al buen entendedor pocas palabras. González Tachiquín es que hay que pedirle permiso a un tirano para hacer política, y eso ya de entrada lo hace miserable para presentarse al alto cargo de representación política. Pero la crisis en el PRI es tal que ya casi se ven retratados con el viejo apotegma de Porfirio Díaz cuando dijo: “Ya soltaron la yeguada, a ver ahora quién la junta”. Lo que quiero decir es que si Marcelo es buen reencontrador, no creo que le alcance ni para concluir el trabalenguas del que nos habla la conseja popular cuando se refiere al arzobispo de Constantinopla.