Sí, no llega ni a despreciable retórica. César Camacho, en su calidad de presidente nacional del PRI, tiene su espacio en algunos periódicos del país y hasta desde lejos se advierte que alguien le escribe. Obviamente que no se trata de un escritor fantasma, de esos que aprovechando un nombre notable redactan también cosas de alguna significación para las industrias editoriales. Se podría pensar que plagia el notable relato de Carlos Montemayor llamado La fuga, para referirse a la fuga del famoso capo del Cártel de Sinaloa, recientemente evadido de un muy certificado penal de alta seguridad.
César Camacho, futuro pastor del PRI en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, tiene sus desplantes líricos: nos dice que esa fuga es indignación que se convierte en ira vehemente; desasosiego que implica intranquilidad; frustración por perder algo que se tenía; decepción que significa pesar. Es lo que él advierte en no pocas declaraciones de líderes de opinión, y con largueza también habla de los ciudadanos en general que aprovechan las redes sociales. Se duele de que en las redes hasta se incurre en la apología del delito y el delincuente. No se da cuenta que el depredador sistema económico en el que vivimos y la ausencia de Estado en México tiende a convertir en personajes épicos a delincuentes como El Chapo Guzmán que han alcanzado el nivel de un poder imperial de la droga y el dinero, éxito utilitario que se ha convertido en el metro para ver, digámoslo en términos coloquiales, quién la hizo y quién no.
Pero Camacho, además, dice que se trata de estados de ánimo comprensibles –faltaba más–, pero también les da el carácter de lógicos sin derivar de ahí ninguna conclusión, porque un discurso construido con lógica necesariamente tendría que desmentir sus conclusiones. Se advierte cínico el líder del PRI cuando hasta habla de que el hecho se puede convertir en caldo de cultivo para la zizaña, la desconfianza, que puede llegar a la agresión, el insulto, sólo comprensibles, según su miserable visión, cuando son desahogos, pues no van acompañadas de ninguna reflexión o intento de colaboración en momentos aciagos como los que vive México en este momento.
Llega a decir que estamos en presencia de un duro golpe al humor social, recurriendo a un concepto equívoco cuando hay adjetivos muy precisos para referirse a una circunstancia de ese corte. También habla de que estamos en presencia de una fortísima llamada de atención al gobierno de la república, que es tan fortísima que no alcanza para más, en el futuro diputado, que desplazarse como reptil en una defensa de Enrique Peña Nieto, el emproblemado presidente de la república del que se pide la renuncia por todos los puntos de la rosa de los vientos en México.
Por eso digo y enfatizo: ya el discurso priísta no alcanza el rango de la retórica, se arrastra satisfaciendo una artificial necesidad de César Camacho de aparecer en letra impresa en los periódicos, inaugurando un género nuevo: la “reptórica”.