Vivimos en la mentira y, si sabes que te mienten,debes vivir instalado en la sospecha. — U. Eco
Umberto Eco nos ha estremecido con su reciente novela Número cero. Como todas sus producciones intelectuales, bien escrita, con líneas de argumentación de máximo rigor y con un profundo conocimiento del sentido de las palabras. La reciente novela aborda un tema central de nuestro tiempo: el periodismo, teniendo como escenario un territorio donde se ha hecho periodismo en todas las vertientes imaginables, ya por su magnificencia o por su desprecio. No olvidemos que el dictador Mussolini basó gran parte de su éxito no tan sólo en su retórica sino en la influencia que ejerció en el legendario periódico Il popolo d’Italia. Los que hemos hecho de este oficio una herramienta, explicable es que cualesquier novela que aborda el tema nos atraiga como poderoso imán.
Sin hacer paralelismos, que no vienen al caso de ninguna manera, cuando leí Número cero no tuve menos que recordar la vieja novela realista de la era porfiriana debida a la pluma de Emilio Rabasa. Hablo de El cuarto poder, donde se exhibe la corrupción política y social del México de fines del siglo XIX. Carlos Monsiváis dice que esa realidad orilló a nuestro escritor a encontrar como salida un regreso desilusionado a las tierras de la selva chiapaneca. No es el caso del italiano Umberto Eco, que a sus 82 años fue testigo del apogeo y caída del fascismo, la reconstrucción de una república que se decidió a abandonar el esquema monárquico, que cobijó la unidad nacional, que además vio cómo esa república de la posguerra cayó hecha pedazos por la cleptocracia junto con una partidocracia con tres pivotes: la democracia cristiana, el partido socialista y el comunista que ni Enrico Berlingüer pudo sostener con sus tesis del compromiso histórico.
Eco es un ejemplo portentoso del académico que con rigor pasó de la filosofía y la semiótica a la novelística. Quién no recuerda El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, por no mencionar otros de sus valiosos textos que se han traducido a muchos idiomas para que se lea en el mundo entero una obra consistente. Pero en el conjunto, Número cero jugará un papel extraordinario, no se diga en países como el nuestro donde el periodismo ha sido una actividad envilecida en la que sólo ha faltado que directa y personalmente algún descendiente y heredero de El Tigre Azcárraga sea presidente de la república.
La trama no podía ser menos insólita: la novela se ocupa del proyecto para crear un periódico, Domani, que nunca saldrá, publicar un libro sobre este proceso y sin revelar que todo es producto de un chantaje para que el dueño, el Commendatore, presione a las altas esferas económicas y le permitan el acceso al gran círculo del poder. Vano es recordar la vieja polémica de cuánto hay de ficción y cuánto hay de realidad en una obra como esta, y las lecturas serán tan infinitas como los lectores. Pero de una cosa estoy cierto: sin proponérselo Eco, la fábula habla de nosotros, del periodismo que padecemos. Veamos algunos pasajes.
Los encargados del proyecto, entre ellos el futuro autor fantasma, el ghostwriter del libro que dará cuenta de la aventura, no fueron reclutados en mérito a un pasado brillante en la profesión periodística. Sus vidas, aparte de tormentosas, están marcadas por los fracasos profesionales. Habla de “perdedores compulsivos” y los describe con exactitud. El personaje principal refiere, por ejemplo: “…los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder el tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas” (p. 20). Por tanto, los que se ofrecen para escribir en los periódicos, y se la pasan esperando realizar cosas imposibles, encuentran en ello que ya eres un perdedor, y cuando te haces consciente de esa circunstancia, “te hundes”. No puede ser menos dramática una especie de moraleja que se aporta en la novela: “Leer manuscritos que jamás serán publicados, puede llegar a ser un oficio”. Por eso, ni el periódico en ciernes, ni el libro recibieron jamás el homenaje de la imprenta.
En la narrativa de Número cero salen a relucir todas las lacras que caracterizan a una redacción, más grave cuando es la que fundará el medio. Verdades consagradas se ponen en juego desde el arranque: “No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias” (p. 58); o aquella otra de que hay que limitarse a “difundir sospechas generalizadas” (p. 134); hacer del estatus del político algo escandaloso a partir de que “si es maricón el tema siempre atrae (p. 151); que “las noticias no es necesario inventarlas, basta con reciclarlas (p. 187);o que “la gente quiere milagros, no escepticismo radical chic” (p. 188).
Al margen de las incidencias policiacas o históricas en relación a la muerte de Benito Mussolini, nutrida en archivos de El Vaticano, la novela realmente borda sobre un género político que involucra la centralidad de los medios de comunicación. A mi juicio ese es su mérito, porque nos permite asomarnos a una realidad que los propios políticos y partidos rehuyen porque no es, bajo ninguna perspectiva, su afán confrontarse ni con los medios ni con sus propietarios, poderosos, como en el caso de la Italia contemporánea, si recordamos a Berlusconi.
Aquí entra un tema nodal de la novela: el periodismo como chantaje, como pasaporte al poder y a la riqueza. Se advierten los personajes indispensablemente visibles, mostrables, palpables, de carne y hueso, pero el Commendatore es como un dios: nadie lo ve pero ahí está, es omnipresente y omnipotente y es el que decide la suerte del proyecto y, a fin de cuentas, de todo y de todos. Podría uno pensar que empeñarse en una disputa con el reportero, el jefe de información o el director es cosa absolutamente banal y sin sentido, más cuando uno se divierte con la lectura acerca de la técnica del desmentido, que Eco expone de manera brillante. El Commendatore, invisible como lo es, tiene una existencia tangible en otro mundo, en el de las decisiones de Estado, el mundo de los negocios, las grandes finanzas, la vitalidad criminal de los bancos y la corrupción política. Cuando uno lee todo esto, se da cuenta de la importancia de aquellos jueces independientes, como los de Milán, que develaron la gran corrupción de un Estado y con sus resoluciones contribuyeron a colapsarlo, por inservible a la sociedad y obsecuente con el delito. Algo de lo que nosotros estamos lejos, muy lejos de atestiguar.
Precisamente cuando Domani está por salir a la luz pública, choca con la red de intereses que encarna el Commendatore, empiezan los matices de lo policiaco en el texto y el decreto de que “Domani muere hoy mismo” (p. 194) y por tanto, también el libro que iba a narrar épicamente el proceso. Y es que en todo esto hay una realidad que vulnera libertades y priva a sociedades enteras del derecho a la información, sin la cual no hay democracia política plena. Ahí está la idea emblemática de que “los bancos viven de lavado sucio” (p. 216), que tras de los bancos está el poder, y que a los políticos, incluso no les conviene manejar dinero enteramente limpio. En otras palabras, el consistente cemento de la corrupción que genera alianzas de impenetrable hormigón.
Pero quizá eso no sea lo más grave, lo terriblemente preocupante es eso que no pocos autores han expuesto como el cáncer del conformismo en las sociedades. La historia de que la sociedad como cuerpo muy pocas veces se decide a actuar e imponer la mejor de sus voluntades, hasta llegar al grado de darle a sus gestas el rango de revoluciones, que anteceden a un ciclo de corrupciones y privación de derechos, como lo pudimos ver a lo largo del siglo XX con las revueltas rusa, china, cubana, nicaragüense, por sólo poner una cuarteta de ejemplos, descritos para el mundo contemporáneo como “corrupción autorizada, el mafioso oficialmente en el Parlamento, el defraudador fiscal al gobierno, y en la cárcel sólo los ladrones de pollos albaneses. Las personas decentes seguirán votando a los truanes…”. Ello es así por lo que Eco plantea en Número cero: “La vida es llevadera, basta conformarse” (p. 217).
Los que nos rebelamos a esto alcanzamos, a los ojos de nuestros detractores, la calidad de perdedores compulsivos. Pero eso no es cierto, sería como negar la vitalidad de lo mejor de nuestra cultura, la búsqueda de la elevación del espíritu humano, y sobre todo lo que hace la vocación política, cuando es auténtica y genuina: nunca lograremos lo posible si no nos proponemos una y otra vez lo imposible. En otras palabras, el viejo ideal de decir sin embargo. No son palabras mías, sobra subrayar el nombre de su autor.
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Eco, Umberto. Número cero. Traducción de Helena Lozano Miralles. Editorial Lumen, primera edición en España y México, abril de 2015.