Al fiscal Jorge González Nicolás no se le da –cambiando lo que hubiese que cambiar– la vocación del paleontólogo, que frente a un simple diente de algún animal del jurásico le era factible reconstruir todo el espécimen, su hábitat, su dieta y hasta el color de su epidermis. Y no es que me ponga exigente con él, pero a sus dichos de que la seguridad pública en el estado de Chihuahua le soplan vientos favorables, se contraponen sus declaraciones del día de hoy, en las que reconoce que hay miles de puchadores distribuyendo, comercializando droga en las calles de la ciudades del estado.
El descubrimiento realizado por él –en realidad para nadie es un secreto– se aprovecha para dar la noticia de que en otro tipo de ilícitos se superan las estadísticas para bien. Pero, ¿no se dará cuenta el señor que detrás de un puchador hay un semimayorista, que atrás de éste hay un mayorista, y que si le escarba va a dar con un capo, con un cartel y con todo el entramado del crimen organizado? Parece que no, pues, insisto, no tiene esa vocación que en el orden científico se le da al buen paleontólogo. A él le basta colocarse en el último eslabón de la cadena, en la barriada, en la calle, para constatar que algo pasa, de mayor y preocupante rango. ¿O es tan ingenuo que piensa que cuando haya un expendio de Heineken en cada cuadra, todo mundo va a dejar la mariguana, la cocaína, la heroína, el crack, el thinner y hasta el resistol cinco mil?
Como la ingenuidad es algo que he desterrado por mi escepticismo, creo que el fiscal, con compromisos con el narcotráfico visualizables para cualquier indagador, hace la vista gorda y habla de lo que no puede evadir, pero de ninguna manera ignora que tras los dientes que se encuentra tirados en la calle, hay bestias muy fuertes actuando, sólo que él se inhibe ante ellas, por miedo o por interés, que para las consecuencias que se puedan sacar de esta apreciación, serían prácticamente lo mismo.
No se trata de un dislate o de que el fiscal sea incoherente, que un día nos diga una cosa que riñe con la que declara al día siguiente; lo que pasa es que juega desde su cargo y con fuego. Recuerdo que para algunos llegó con un hálito de honradez en derredor de su persona –no se trata de otra cosa que de un recurrente plazo de gracia al recién llegado– que dicho sea de paso, de poco sirve cuando se desconoce la materia del cargo que se va a ocupar. Quiero decir, ni más ni menos, que se trata de un improvisado en lo fundamental y sólo un cómplice del engranaje de la corrupción duartista, cuyas pruebas se pueden buscar fácilmente en la administración de los Ceresos, para sólo referirnos a un aspecto de los muchos que se le pueden imputar y entre los cuales destaca su reciente declaración de que está dispuesto a morirse por Chihuahua, frase trillada cuando todo mundo sabe que si de algo se dispone es de la capacidad de suicidarse.
En otras palabras, el fiscal se ha encontrado muchos dientes tirados, aquí y allá, se alarma, dice prender focos rojos pero nada más. Unos le llaman retórica de manera elegante, otros demagogia de manera fina y precisa.
Qué lastima: si en realidad fueran los dientes de un tiranosaurio, qué más daba que al reconstruir se comprobara que era de un diplodocus. Pero aquí estas piezas dentales están muy bien chapadas en oro, de esas chapas que tanto les gustan a los capos en las cachas de sus cuernos de chivo, sus pistolas 9mm, y ya con solidez, formando cadenas que circundan cuellos y muñecas. ¡Ah qué fiscal tan fulero! Así, sin “c” inicial. Y ya para terminar, ¿dónde está el vocero de la Fiscalía?