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El cacique Duarte se conduce en todas sus actuaciones como si fuera único y absoluto dueño del estado de Chihuahua. En parte ese es el origen de la descomunal corrupción política que azuela nuestra tierra. De esa premisa brinca con facilidad a esgrimir argumentos endebles por carecer de sustento, por nulos. Veamos algunos de estos “razonamientos” del mandamás: si se le cuestiona por su inmerecida investidura, si se expresa la profunda desconfianza a personajes en conflicto de intereses, como Jaime Herrera Corral, el banquero secretario de Hacienda, él confunde estos cuestionamientos dirigidos a ellos en lo específico, a su pandilla, como ataques al estado de Chihuahua. Es decir, si Chihuahua es de él en esta sobada lógica, luego entonces concluye que cualquier cuestionamiento que se le dirija lo presente en una trascendencia que no tiene para nada cimiento. Pero hay otras expresiones puestas al servicio del engaño: cuando Duarte llegó al poder en 2010, súbitamente y por ensalmo todo se arregló, aunque la pobreza, la violencia, el narcotráfico, el gran deterioro de la frágil vida democrática de los chihuahuenses, el endeudamiento y la corrupción sigan creciendo, y eso para señalar algunos indicadores. Y ya en el plano de la picaresca, los que los precedieron son autores del mal, aunque en este caso sean de su propio partido que lo llevó al inmerecido cargo.

Dice Duarte que la violencia amainó y si leemos el periódico hoy, nos damos cuenta de ejecuciones violentas en varias partes del estado. Pero para fines de la persuasión social, Duarte llegó y con él la paz, sin reparar en el significado de esta última palabra, y hasta se da el lujo de marcar un antes y un después, denostando el antes en el que él participó, aplaudiendo las políticas violentas en materia de seguridad, instauradas por el calderonismo. Y no hay, finalmente en este recuento, inversionista que venga al estado que no se lo adjudique a sus gestiones personales, cuando sabemos a ciencia cierta que los grandes corporativos internacionales maduran sus decisiones en ciclos largos, muy largos, y puntillosos. Y claro que examinan el factor seguridad, pero nunca tienen la aberrante conclusión de adjudicarla a una sola persona, en este caso Duarte, al que ciertamente se le concede al final (cuando no está el presidente de la república) el sacrosanto derecho a cortar con lustrosas tijeras el listón inaugural, que de hecho eso es lo que le ha dejado el modelo neoliberal al Estado mexicano y a sus claudicantes funcionarios.

La historia política de un solo hombre hacedor de milagros nunca ha existido y nunca existirá. Pero para la lógica elemental, muy elemental, del cacique, los acontecimientos suceden porque él los desata. Como aquel nudo gordiano de la leyenda. Pero la falsedad asoma por todos lados y se impone tarde que temprano al oropel de la demagogia y al oro que cobra casi por todo a los empresarios e inversionistas que sólo de los dientes para afuera dicen estar en contra del cáncer de la corrupción.

Y todo esto es posible porque en estos negros tiempos de Chihuahua carecemos de auténticos medios de comunicación. El bozal de oro les impide, ya no digamos enseñar los dientes, ni siquiera escupir dos o tres cosas de valía. Pero todo esto cambiará, pues se trata de un patrimonialismo pedestre.