duarte-nilosveo-4mar2015

Duarte la trae adentro, muy adentro. Y esa espina –cualquiera pensaría en una estocada– no sólo le ha producido, quién sabe cómo, un nudo en la garganta (algo así como el ¡Gulp! onomatopéyico de las series ilustradas), sino que hasta le ha disminuido la imaginación, si es que algún día la tuvo, para enfrentar como hombrecito (no digo gobernante porque nunca lo ha sido) la grave crisis política de su cuatrienio.

Luego de su retorno de Canadá, desde donde envió a La Negra Tomasa a provocar e incitar a la violencia contra Unión Ciudadana, prefirió callar. Calló como el cadáver político que ya es y fríamente respondió (no se puede esperar más de un zombie político), a pregunta expresa de los reporteros sobre “algún extrañamiento” por los hechos del pasado 28 de febrero, que ni siquiera merecían una declaración. En su locura de poder (síndrome de hubris se le llama a esa patología) quiso confundir otra vez y echar en un costal de color albiazul el rechazo generalizado a su corrupta administración. Nada más errado: precisamente el pasado 28 de febrero quedó demostrado que el desprecio que se le tiene se encuentra en los frentes de todos los colores, incluidos los de su partido. Pero su ceguera le impide ver más allá de sus narices.

Hizo, pues, lo que Salinas de Gortari: afirmar que a la oposición ni la ve ni la oye. Y eso demuestra que el traje de gobernador nunca le ha quedado, porque hasta para arreglar los problemas internos de su autoritario mandato, en lugar de echar mano del Secretario de Gobierno, que para esto está, prefiere desempolvar a La Negra Tomasa. De ese tamaño es su cobardía.