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El autoritarismo priísta en general y en especial el que padece Chihuahua, acostumbra emplear una serie de símbolos para ostentarse como fuerte o simplemente para ir salvando coyunturas que le son adversas. En tal sentido, presentar la visita del presidente de la república a un estado o región, qué guiños hace, a quién saluda, con quién se detiene, qué vestimenta utiliza, se toma como un punto de análisis para sacar las conclusiones que mejor convengan a la parte interesada. En esa tónica, César Duarte hace correr la versión de que la visita de Peña Nieto a Chihuahua es el espaldarazo que necesitaba para sortear la inocultable crisis de su cacicazgo y, puede ser, que en efecto, teniendo la misma filiación, simplemente se trate de la expresión de un contubernio que mantiene al país sumergido en la corrupción política y la impunidad.

Al respecto tiene pertinencia hoy escudriñar dos aspectos de la coyuntura chihuahuense, relevantes a mi juicio sin duda. El primero es que liquidar el duartismo en Chihuahua es tarea de los ciudadanos que lo impugnamos, de ninguna manera producto o regalo de un poder jerárquicamente superior al de Duarte. Es una conquista que se puede lograr desde abajo y obligando a los de arriba, cualquiera que sea su ubicación. Pero pensar que únicamente porque vino el presidente y hay una foto en la que aparece flanqueado por Duarte, ya es el mensaje del poder y la sentencia inatacable es colocar al ciudadano en general en la calidad del siervo, y las cosas no van por ahí.

El segundo tema es el de aquellas expresiones que sí tienen un significado tangible, que se ven y no quedan dudas al respecto. A Duarte Jáquez su patrocinador, Emilio Gamboa Patrón, lo había colocado para hablar el día de hoy ante el Senado de la República con un tema sobre justicia y seguridad en el que se abordarían aspectos de la corrupción; la primera noticia de esto la dio Alejandro Encinas, y hoy en la mañana el importante diario Reforma de la capital exhibió la desmesurada pretensión de presentar a Duarte en público abordando el espinoso tema, cuando está sujeto a una investigación por corrupción que se asocia al fideicomiso de 65 millones y su afán de apoderamiento del Banco Progreso de Chihuahua. Ambos hechos, la denuncia, por una parte, y la información de Reforma, por otra, produjeron que César Duarte se “cayera” de la tribuna que le había preparado su padrino Gamboa. Quizá tuvieron que acogerse obligadamente a la vieja lógica ranchera de que se puede ser marrano pero no tan trompudo.

Y es que, en realidad, el cacique mayor del estado de Chihuahua es impresentable en público, pero son tan cínicos que cualquier cosa se puede esperar. Por lo pronto, y así como se cayó de esa tribuna, acá también se caerá del cargo que los chihuahuenses ya no soportan, por más que él propale que Peña Nieto le dio un abracito en Juárez.