Columna

Bukele: el camino a la dictadura

En reciente viaje a la Ciudad de México tuve la oportunidad de conversar largo con un grupo muy calificado de políticos de la República de El Salvador, algunos de los cuales ocuparon altos cargos y hoy padecen un exilio por decisión de Nayib Bukele. Ese colectivo, y otros de la misma nacionalidad, se encuentran en México para salvar sus vidas; hay algunos que están siendo procesados penalmente en ausencia y por delitos que no cometieron, en espera de sentencias que van hasta los treinta años de cárcel.

Este grupo lo mismo tiene miembros de la democracia cristiana que del Frente Farabundo Martí, y en conjunto buscan que México les dé abrigo en un abanico muy grande de problemas. Quieren que el Estado mexicano, hoy encabezado por Claudia Sheinbaum, retome lo mejor de su política exterior y contribuya a que el país centroamericano recupere la senda de la democracia, el Estado de derecho y el desarrollo y crecimiento económico con justicia para la población. Recuerdan que los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra salvadoreña fueron preconizados por México, lo cual señalan como algo de capital importancia.

De la simple escucha de sus conversaciones deduzco que la situación es más que alarmante. Parten de reconocer en un documento que me entregaron que “la derecha primero, la izquierda después, en el ejercicio del poder, dentro de sus respectivas concepciones ideológicas, se absorbieron dentro de sus posibilidades, frente a la realidad de la tolerancia y el respeto de la idea diversa, asentada en los pesos y contrapesos institucionales existentes y en maduración, producto de aquellos acuerdos, para el alivio que las ansiedades legítimas reclamaban en los metros cuadrados de la vida cotidiana, en salud, educación, transporte público, como en el trabajo y salario digno y precios de la canasta básica. Cada concepción ideológica tuvo resistencias para desarrollar sus respectivos programas; las propuestas y contradicciones generaban expectativas, pero a la vez frustraciones; la crítica al establecimiento político se acentuaba por falta de enteras realizaciones, adornada de señalamientos de ineptitud y corrupción”.

Y agregan: “Se abrió, como en distintas latitudes, la puerta a la ola de la antipolítica y con ella, en el caso de El Salvador, a cualquier cosa distinta al sistema prevalente de ‘los mismos de siempre’. Ahí se presenta Bukele, a través de la tecnología de la comunicación, como el redentor en el combate a la corrupción y las malas prácticas de la política, con todo y que el acceso a la información pública era plena, había ya hasta dos expresidentes en prisión, y sobre todo, no era posible la concentración del poder por haber logrado instituir los pesos y contrapesos funcionales concebidos desde los Acuerdos de Paz”.

En El Salvador Bukele irrumpe en el parlamento militarmente y presiona y obtiene votaciones legislativas, lo que se significa como una regresión autoritaria con que se construye la dictadura, con sus persecuciones políticas, contra los medios de comunicación, y sobre todo la concentración total del poder en sus manos, que ha suprimido las garantías ciudadanas, cancelando la rendición de cuentas en un país con un endeudamiento creciente y cuyos recursos y créditos se manejan con corrupción, en medio de una política de odio y militarización desbordada. Bukele se apoya en las pandillas que han crecido como nunca, con apoyo financiero del gobierno, prebendas procesales en los juicios penales y ventajas carcelarias a los jefes de las bandas, a los cuales ya ofreció no extraditarlos para obtener su apoyo y poderío.

Reduce los homicidios asignándole a los delincuentes puestos remunerados, en particular a los jefes de las pandillas. Se malversa el dinero público en campañas electorales que son una farsa, y a ellas se destinan cientos de millones de dólares. 

En el camino a la dictadura se han destituido los órganos judiciales y al fiscal general para imponer en sus lugares a los leales y abyectos funcionarios.

Afirman los salvadoreños entrevistados que “ciertamente (Bukele) ha liberado a los barrios de la presencia de las pandillas y esto es lo que vende como su exitoso modelo; pero ha sido primeramente con base a un pacto profundo con las pandillas, luego de haberlo roto él mismo con base a la suspensión de derechos constitucionales en forma indefinida, y sobre todo sin que se corrijan las causas de los problemas económicos-sociales, los cuales empeoran dramáticamente”. Señalan que hay una “inevitable bomba de tiempo” y proporcionan al menos ocho indicadores que hablan por sí solos:

En libertad de expresión El Salvador ocupa la posición 135 de 180 países. En democracia la posición 155 de entre 173 países. Los derechos humanos son violados de manera grave, según los reportes de la Comisión Internacional de Derechos Humanos, Human Rights Watch y Amnistía Internacional. Tanto el acceso a la justicia como las elecciones creíbles reportan un rezago que conduce a la dictadura.

La deuda externa de El Salvador está arriba del 90 por ciento de su Producto Interno Bruto. La pobreza no se ha reducido, en particular la extrema. No hay inversión pública ni inversión extranjera directa. El gobierno de Bukele se ha apropiado del dinero de las pensiones y ha tomado cerca de 11 mil millones de dólares de un total de 15 mil, lo que significa alrededor del 73 por ciento de esos fondos, sin que además se advierta un impacto positivo en la economía.

Se ha apropiado de más de 2 mil millones de dólares de los depósitos bancarios privados, que teóricamente incrementa la deuda de corto plazo del país, y además se ha apropiado de los fondos para el desarrollo municipal a través de la centralización en el propio Bukele de 500 millones de dólares que se emplean clientelarmente.

Por último, Bukele hace una multimillonaria campaña mediática en contra de la disidencia política y en culto a su imagen personal, vendiendo lo que no es, porque en realidad se trata de un constructor de una dictadura muy complaciente con Donald Trump.

El grupo con el que tuve oportunidad de conversar quiere que en México el gobierno haga un pronunciamiento de reprobación de una dictadura en potencia. Creen que México debe continuar con una política internacional que aliente el desarrollo de la democracia y la justicia.

Les prometí, porque no puedo hacer nada más, difundir su documento a través de mi columna, lo cual hago con esta entrega, no sin antes llamar a los ciudadanos para que también expresen su solidaridad con el pueblo salvadoreño.