Tocqueville afirmó en su obra clásica que la democracia se advierte más en las pequeñas que en las grandes cosas. Un ejemplo basta: un gobernante sencillo, amable, austero, moderado en sus bienes, nos lleva a pensar en un tipo que privilegia la mejor comunicación con sus conciudadanos; en cambio otro que alcanza el rango de barroco, arrogante, ambicioso, presuntuoso, nos lleva invariablemente a reconocer una personalidad divorciada de la buena cultura democrática. Es obvio que no estamos en presencia de una regla invariable, exclusivamente se trata de cómo lo aparente sirve para clasificar o cómo, atrás del barniz o las vestiduras, se puede conjeturar de quién estamos hablando. En nuestra cultura política, bruñida a lo largo de muchos siglos en los que la herencia colonial y los presidencialismos extremos de Porfirio Díaz a Salinas, por indicar dos especímenes memorables, se advierten las personalidades, lo que termina por ser la nota esencial que los define.
Por el objeto de estudio que tuvo Tocqueville en La democracia en América, es obvio que esas pequeñas cosas tuvieron que ver con el Estado nuevo que surgió luego de la Independencia de las Trece Colonias y la fundación de una república democrática. Pero tomando su punto de partida en sentido contrario, podemos afirmar que también el autoritarismo se siente más en las cosas pequeñas que en las grandes, aunque ciertamente éstas siempre se magnifican más allá de lo creíble racionalmente, no obstante que a nuestra clase política, pragmática como lo es, si lo irracional le sirve, también lo emplea.
Desglosando la anatomía del pasado 15 de septiembre en la ciudad de Chihuahua, podremos entender mejor lo que he dicho hasta ahora. La celebración cívica del 204 aniversario del inicio de la Independencia en el curato de Dolores se antoja una conmemoración sencilla, prácticamente del tono de las muchas que ha habido: revestidas con discursos patrióticos, el tradicional grito y la fiesta merecida para recordar cómo México se fue despojando de un colonialismo que se inició en 1521 cuando Hernán Cortés se apoderó de la gran Tenochtitlán. Pero realmente, en los tiempos que corren esta sencillez se ve alterada porque las multitudes que se forman aprovechan la oportunidad para cobrarle deudas al mal gobierno, del que por cierto pidió la muerte el ilustrado don Miguel Hidalgo y Costilla. En la coyuntura pudimos ver en Chihuahua un gobierno a la defensiva y no debe resultar extraño que se tome esta categoría propia de la guerra, pues ello es usual y casi un lugar común desde que Clausewitz demostró que la guerra es la continuación de la política por otros medios, siendo lo contrario también verdad.
El gobierno actual, en este contexto, vio en sus críticos y adversarios a sus enemigos a vencer y no contando con la libertad de iniciativa que permite disponer una buena ofensiva, optó por ocupar su fortaleza y su poder para desde ahí sofocarlos. Abundo en el concepto, desde el punto de vista político y militar, la ofensiva es la manera de obrar de una fuerza que ataca a su enemigo, en cambio la defensiva es la actitud en que se coloca la misma para resistir y rechazar una agresión. El que toma la ofensiva busca al adversario para destruirlo, esforzándose en impedir su propia destrucción. En el hecho que comento hay una salvedad: los adversarios del gobierno no se propusieron mayor ofensiva que rechiflarle al mandamás, gritarle dos o tres de sus calamidades, denostarlo como recurso para el repudio, sin hacerse cargo que los arcos detectores de metal no descubren los sentimientos de las personas. En realidad lo que vimos escenificado fue una lucha de David contra Goliat y a éste con déficit de imaginación.
Por sabido no me refiero a lo que casi es un protocolo para la ceremonia del Grito de Independencia, tiene mucho más de un siglo introyectándose en la conciencia de los mexicanos. Así las cosas, modificarlo se convirtió en el recurso de la manipulación y, por ende, en el desprecio de la sociedad entera. De entrada la participación espontánea se alteró: hubo un acarreo para formar un amortiguador humano entre el balcón escenográfico y el resto de la multitud. Los seccionales del PRI pusieron su cuota, alentados por el circo que presidiría El Buki en la etapa orgiástica del evento. Quisieron arrastrar a los modestos burócratas y profesores y no dudo que hayan logrado su propósito, pero fue loable la resistencia de no pocos. Luego, a las afueras de la fortaleza, había un cordón impenetrable y aborregado, además, dispuesto a proteger al jefe. En otras palabras, el grito como la ceremonia para un solo hombre. Pero no bastó con eso. El palacio de gobierno se convirtió en un búnker custodiado policiaca y militarmente, con barreras metálicas y suficientes arcos detectores de metales. También, por supuesto, a los policías se les adiestró para que reconocieran en cualquier punto a los muy conocidos “agitadores” que alteran los sueños del gobierno. Pero tampoco eso bastó, y aquí viene la maniobra defensiva, por cierto costosísima, limitada a unos cuantos minutos. O sea, el instante que “salva la dignidad”.
Un medio digital propaló que se buscaba una bomba explosiva dentro del recinto del palacio de gobierno, de la cual jamás se supo absolutamente nada. Fue un simple distractor para ahuyentar opositores a los que se les habría cargado el delito. Minutos antes de la ceremonia se entregaron a la multitud un conjunto de pelotas gigantes, livianas y levitantes, para que la multitud se distrajera rebotándolas de mano en mano, porque corrían como suele verse que corren en las playas de veraneo. Eran las pelotas del gobernador con la leyenda infaltable de “Chihuahua Vive”. Estamos a unos minutos de la hora del grito, cuando todo el dispositivo de pirotecnia con las ensordecedoras detonaciones, permitieron una rápida entrada y salida de César Duarte a su balcón para loar a los héroes que nos dieron patria; escuchó el himno nacional porque no podía eludirlo, para adentrarse de nuevo tras los muros de su fortaleza. Las pantallas distribuidas estratégicamente en el evento, no dieron cuenta, difundiendo otras imágenes, de la ceremonia intramuros de abanderamiento, del homenaje en el Altar a la Patria (sitio donde fue fusilado Hidalgo y sus correligionarios), ni de cómo se aproximaba el momento culminante y cívico de la noche, como un recurso, inédito, para privar de aviso a quienes querían cobrar con rechiflas el abuso del poder actual. Al himno de Chihuahua le fue mal: en su premura, Duarte no lo cantó. Aún así, hubo gritos de protesta, pero no en la magnitud que los temían en palacio, donde se regocijaron de que habían salvado la honra y hasta se repartían diplomas verbales. Lo demás ya era la orgía que un día después concluye en crudas, desveladas y dolores de cabeza. El lenitivo sería recordar que se vio a El Buki en persona y a Beatriz Adriana entre los comensales de la élite, que gozó reposadamente dentro de la sede del poder Ejecutivo.
De manera instantánea algunos nos enteramos de la maniobra. El periódico Ahoramismo de Alejandro Salmón y La Opción, de Osbaldo Salvador, reportaron profesionalmente los indicios inequívocos de la maniobra, que permitieron reconstruir los hechos a la luz de los testimonios de no pocas personas asistentes. Otros medios digitales también aportaron datos de lo que se catalogó como “pillar por sorpresa” a una multitud que se suponía iba a realizar una espontánea protesta, que a la postre tuvo verificativo pero no en la escala temida. Varios rayos láser portátiles, rojos y verdes, brincotearon sobre los rostros y cuerpos de los huéspedes del llamado megabalcón. Este periódico que tienes en tus manos, describió bien lo que para mí es una maniobra cuando nos dijo que “los que asistieron a dar el Grito de Independencia, fueron sorprendidos por los fuegos pirotécnicos, que fueron lanzados minutos antes de que el gobernador César Duarte Jáquez, saliera al balcón a lanzar los tradicionales vivas de independencia… Este año se cambió por alguna razón el orden del tradicional grito… Un repentino estruendo, seguido de múltiples luces tricolores, sorprendieron a los asistentes” (El Heraldo de Chihuahua, 16/09/2014, en crónica de Emanuel Fernández).
Luego se dijo que asistieron 100 o 110 mil almas, que no caben ni de cinco por metro cuadrado en el polígono aledaño al evento. La mentira perfecta, en boca del poder, para describir cómo la sociedad se ha lanzado a los espacios públicos. Otra mentira, porque mentir es propicio para magnificar sucesos, más cuando en el vértice del suceso esencial se coloca a salvo la figura del gobernante.
Creo tener razón: también en las pequeñas cosas se advierte más la dominante presencia de un autoritarismo que, para fortuna de todos los chihuahuenses, se encuentra a la defensiva. Ojalá y también tuviéramos la capacidad de ver lo grande que obviamente es más temible y desgarrador. Probablemente otras batallas, sí puedan mostrarlo, evidenciarlo, en el futuro cercano.
Buen articulo como siempre