Columna

Una fiesta ciudadana en Chihuahua

Algunos amigos y compañeras se preguntaron porqué conmemorar la Revolución francesa, y alguna razón tienen porque a primera vista pareciera inopinado. En realidad se trata, para efectos prácticos, de las tareas reivindicativas de la ciudadanía como actora principal de la política.

Si hoy los partidos políticos están desdibujados y sólo obedecen a las órdenes de sus cúpulas, qué pensar de los ciudadanos que siempre han estado aplastados de muy diversas maneras, entre otras, por el pesado corporativismo que obliga a mantener a amplios sectores de la población a estar doblegados por la impuesta mediación de líderes venales que obedecen a su vez a razones del poder más que de los agremiados.

A partir de esta premisa qué mejor que recordar una revolución que reconoció la centralidad del ciudadano, que frente a una monarquía absoluta que se arrogaba la soberanía completa, se le contrapuso la soberanía de la nación; y en este sentido la inclusión de la gente, particularmente del ciudadano dotado de derechos, de muchos derechos, fundamentalmente el de reconocerle que es la fuente de todo poder.

Antes de 1789 se decía que toda potestad venía de Dios, un dios caprichoso representado en la Tierra por los reyes, cardenales, obispos y papas que de manera absoluta todo lo decidían. A los reyes hasta se les reconocía la facultad de sanar las más terribles enfermedades. De risa.

Después de la Revolución francesa todo fue diferente y surgió la ciudadanía. Una gran ola de renovación se abatió sobre el planeta y llega hasta nuestros días, porque bien miradas las cosas, la Revolución francesa ha sido la principal revolución política del mundo contemporáneo.

Por eso, la fiesta que se conmemoró el pasado 14 de julio en la Calle Trece de la colonia Obrera en la ciudad de Chihuahua, reporta una asistencia de hombres y mujeres de diversas procedencias y filias políticas, sin más credencial que la de la ciudadanía. La gran apertura para la recepción de este espíritu democrático la subrayó la presencia de personajes como Pedro Uranga, Fidel León, Alonso Bassanetti, Leonel Reyes Castro, José López Villegas, Eva Lucrecia Herrera, Carla Cabello, Leo Zavala, Rubén Mejía y el rector de la UACH, Luis Rivera Campos, entre muchos otros.

Esta parte del evento, conducido por el músico Alberto Ávila, es la que demostró que se conmemoró un acontecimiento histórico de dimensiones mundiales, aspecto que se resaltó en la intervención del que esto escribe.

En ese marco se cantó La Marsellesa, compuesta por Claude-Joseph Rouget de Lisle, que pronto se convirtió en un himno universal y hoy lo es, oficialmente, de la república francesa. En la reunión estuvo al piano el talentoso Armando Tarango, y la soprano Anna Muñoz aportó su hermosa y poderosa voz.

La convivencia se prolongó por varias horas, se destaparon generosos vinos y hasta se partió un pastel con los colores emblemáticos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, valores universales reconocidos que abonan al proyecto por el sistema democrático.

Como suele suceder, fue a través de la música del dueto Tarango-Muñoz que se expresó la fortaleza de una cultura plural y arraigada, sólo explicable al calor humano que sobrevino con la Revolución francesa. Lo mismo escuchamos óperas de Mozart que tangos y boleros de Agustín Lara, Consuelo Velázquez y María Grever.

Según el escritor Eric Hobsbawm, en su Historia de las revoluciones burguesas, la Flauta Mágica de Mozart fue la primera ópera después de la Revolución francesa y envuelta en el ambiente revolucionario de la época. Por eso no es casual que la alegre música de este notable compositor haya estado presente en la celebración con un aria de la ópera bufa Las bodas de Fígaro. Y es cierto, porque en aquellos tiempos las formas de amar y de sentir también se revolucionario:

Voi che sapete che
cosa è amor,
donne, vedete
s’io l’ho nel cor.

(Vosotras que sabéis
qué es el amor,
mujeres, mirad
si yo lo tengo en el corazón.)

En fin, no fue una tarde-noche de tantas.