olga-ponce1-3sep2014

 
La Dra. Ponce (al centro), al lado de la sociedad viva, durante la marcha de protesta de los médicos.

 

La reconocida anestesióloga Olga Ponce ha dejado la militancia del Partido Acción Nacional. Aunque la nomenklatura panista no contó con ella para la primera fila, sin duda se trata de una pérdida grave para un partido del tipo que imaginó el olvidado fundador Manuel Gómez Morín. El hecho cobra relevancia porque mueve a una reflexión obligada: la densidad que alcanza lo más oscuro de la vida partidaria –no sólo del PAN– hace insoportable la militancia porque oprime las individualidades, la creatividad que se desprende de una abigarrada adherencia de miembros de la sociedad y que debiera, en teoría, hacer de estas organizaciones políticas casas abiertas a las que se pertenece desde el lugar en el que se ubican las personas, más allá de la ocupación de cargos directivos o puestos de elección popular.

Los partidos tienen fortaleza en la medida que son vehículo para que muchos y muchas tengan un sentido de pertenencia tan amplio que ahí donde se esté se pueda impulsar un proyecto político, hasta con el simple ejemplo de una vida modesta dedicada al trabajo honrado. Aquí el espacio de la vida política partidaria va cobrando el altísimo costo de que es sinónimo de políticos profesionales y a sueldo, para los cuales la organización es un instrumento al que sobreponen sus propios fines mezquinos, queriéndolos vestir de ropajes discursivos que todo mundo sabe dicta la simulación y la hipocresía.

A lo largo de muchos años, coleccioné renuncias a los partidos políticos de prohombres y mujeres notables. Van desde textos austeros, casi telegráficos, hasta documentos en los que el romanticismo vistió de gala a los desprendimientos casi equiparables a un deceso, a una pérdida irreparable. Por cierto que el expediente con esa colección lo tengo extraviado, pero seguramente ahí está la renuncia que presentaron al PRD personas de la talla de Alma Gómez Caballero, Víctor Orozco, Lucha Castro, Gabino Gómez, entre otros. La doctora Ponce da a conocer una premisa sin artificio de drama cuando le recuerda al PAN que ella se adhirió en la juventud, que le duele mucho la decisión, porque le apasionó el proyecto con el que creció, y que hoy advierte muerto. Y vaya que cuando un profesional de la medicina dice esto, tiene un significado más allá de la simple frase cuando proviene de un animal puramente político, alterando la visión aristotélica un tanto cuanto.

Subraya, además, que hay una herencia doctrinaria rechazada, desdeñada, de la cual se preserva un simple cascarón, un fantasma. Generosa se muestra cuando nos advierte en su pública renuncia de que, como sucede con el resto de las organizaciones de esta índole, hay personas de valía con las que anhela reunirse en el futuro en nuevas circunstancias y renovados espacios. Cuando da a conocer su tristeza, ve que atrás se va quedando un México sin esperanza, sin aliento y, como médica, advierte que un ciclo se ha cerrado y que la vida sigue aunque haya luto, luto humano; quisiera decir, yo, del que en otras circunstancias y para una temática diferente, analizó José Revueltas.

Ella da gracias únicamente a quien tenga que agradecer. En otras palabras, no a todos, y eso está bien, en la medida en que no le pone nombres y apellidos ni a unos ni a otros, lo que seguramente haría suponer que estaría privilegiando contradicciones con gente de baja ralea con la que no tiene caso confrontar.

Esta renuncia es un signo del mal tiempo que vive el PAN. Es una profunda llamada de atención a dirigentes del corte de Gustavo Madero y Mario Vázquez, pero más que eso, al nuevo curso que este partido ha tomado en la vida política nacional.

Cuando se deja un partido, en no pocas ocasiones, el actor se convierte en un converso reciente, y como decía Sartre, practica una ferocidad especial, si se suma a otra convicción. Y entonces, lo que es herejía aparente, se convierte en puente entre dos ortodoxias mal entendidas. A veces. También sucede que sólo se soltó el lastre, ganaron potencia las alas y se vuela más alto, y se tiene la oportunidad de ver mejor el panorama que el simple metro cuadrado en el que nos movemos. Al respecto, y siguiendo las lecciones de quien nos habló de política como vocación, el percance, si podemos llamarlo así, se supera porque limpiándose el polvo y simplemente acomodándose el pelo, se puede decir sin embargo y seguir adelante, porque la política brinda la oportunidad de participar en la toma de las grandes decisiones, y éstas no pasan exclusivamente por la voluntad de los partidos, sólo que hay que continuar orientados por ese sin embargo.

Recuerdo, doctora, a Julio Cortázar, cuyo centenario se conmemora este año, cuando nos dijo: “Cada vez somos más los que creemos menos en tantas cosas que llenaron nuestras vidas”. Desde esta columna, le envío una felicitación con el llamado a que se preserve como un activo para cambiar, y para bien, a nuestro país. Y lo digo consciente de que alentamos proyectos divergentes.