Dicen que las clases sociales ya no importan, dicen. Insisten que la lucha de clases desapareció cuando la última piedra del muro de Berlín fue retirada a un depósito de escombros. En realidad, el paradigma que cambió fue que la política ya no debía sustentarse en una feroz contradicción de adversarios, resoluble, únicamente, con la aniquilación de uno de ellos. En esa idea se finca buena parte de la visión contemporánea de la democracia, pero la preponderancia de las clases económicamente poderosas, exponencialmente poderosas, ha traído por consecuencia una actitud convenenciera con el compromiso democrático, y puestos en esa tesitura, procesan las elecciones cargando los dados y haciendo patente que los valores que alientan esta democracia les importan un bledo.

Estos privilegiados no pierden oportunidad para marcar la frontera que los coloca arriba, por encima de, sobre los otros, los que están en capas sociales inferiores, marcados por su modesta riqueza, cuando la hay, o de plano por la pobreza atroz que ha producido la escuela neoliberal. Aquí queremos hablar de una muestra que subraya las prácticas discriminatorias a cada instante en la vida cotidiana y que tiene que ver con el uso de las tarjetas que expiden los bancos y las empresas en contravención de esa marca de la soberanía que le dio al Estado el monopolio de acuñar moneda.

Cuando una persona recibe una tarjeta de crédito, de débito y cualquier otra, queda inmediatamente clasificado: eres platino, oro, plata, bronce, hasta llegar al simple barro con los instrumentos de cobro de salarios miserables. Igual sucede con las tarjetas que las aerolíneas otorgan a sus usuarios, en un servicio que debe tener todas las características de un servicio público igualitario. Aquí también los diversos metales preciosos vuelven a mostrar su rostro.

Este rodeo lo hago para comentar, con argumentos que me parecen válidos, la reciente inauguración de la Sala Premier que el grupo Aeroméxico abrió en el aeropuerto internacional de la ciudad de Chihuahua, al igual que existen otras en los diversos destinos. Es un trato preferencial a los VIP (Very Importan People – Gente Muy Importante), que a señas tangibles le dice a los usuarios de los aviones que hay una clase alta y otra baja, que unos pueden gozar de unos servicios que están vedados para los otros, que se puede llegar prácticamente a abordar el avión por el solo hecho de tener dinero en abundancia, aunque el resto de los pasajeros también haya cubierto el pago de una tarifa frecuentemente alta. Estamos todavía en ese estadio en el que se le dice a la población que viajar en avión da estatus, que es una distinción reservada a pocos. Como si en los tiempos del ferrocarril se le hubiera dicho a la gente la división clasista entre andar en burro y subirse a un coche arrastrado por una locomotora. Cierto que aquí también se daban vagones de muy diversas índole y costo, pero en las estaciones todos podían pasar a los andenes. En Aeroméxico no, la gente nice y que además quiere exhibirse como tal, goza de una especie de apartheid de hecho, y eso, por discriminatorio, es francamente contrario a la Constitución que en su artículo 1 la proscribe por cualquier motivo.

Pero ellos dicen que las clases ya desaparecieron, dicen.

 

UACH: ¿qué le pasa a los jóvenes?

Quizá convenga, es más, conviene hacer una reflexión sobre las organizaciones estudiantiles y sus dirigentes actuales en la Universidad Autónoma de Chihuahua, para saber a ciencia cierta cuáles son los vientos que soplan en este importante segmento de la juventud chihuahuense. Lo señalo porque en la semana que concluye, los 21 presidentes de las sociedades de alumnos, de las 15 unidades académicas de la UACH, y los 6 establecidos en las extensiones regionales de esa universidad, se prestaron para un acto eminentemente cosmético y muy del gusto del actual cacicazgo: ponerlos en fila para luego, con el brazo derecho levantado, protestar ante él por el cargo que detentan. Realmente esta escena es recurrente: no hay semana sin una ceremonial toma de protesta, como tampoco hay semana en la que no aparezca un grupo de funcionarios suscribiendo un convenio de colaboración. Se aparenta cohesión social, se muestra una voluntad de trabajo, pero ni una ni otra cosa existen en la realidad. Son las prácticas de dictadores del tipo de Trujillo en la Dominicana, que entre nosotros han proliferado como verdolagas en huerto desatendido.

El cacicazgo chihuahuense denota, con estas prácticas, un afán totalitario de estar en todas partes, de controlar. Podemos afirmar, cambiando lo que haya que cambiar, que practican la divisa del fascismo italiano que rezó: Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado, y agrego, menos en su contra, por disidencia del tipo que se quiera y con la legitimidad que el caso requiera.

Los jóvenes –hombres y mujeres– que acudieron a protestar su futuro desempeño, contestaron que acatarán la ley…. ante quien no la cumple. No se palpa ni la independencia ni la autonomía que la juventud estudiantil tuvo en otros tiempos, y si por la víspera los días, todo mundo puede advertir de qué se trata, qué futuro le espera al país con este entreguismo y claudicación.

A través de camarillas priístas enquistadas en las escuelas, corre un río de dinero público para el control de los jóvenes, se alimenta también de una actitud largamente cultivada de indolencia y falta de compromiso con la sociedad y los problemas que la aquejan y que esperarían que los futuros profesionistas tuvieran una visión de ambas cosas. El modelo de líder que hoy se les presenta a los universitarios, es el de un apalancado Christopher Barousse que huele, por sus compromisos priístas, más a un político de antaño que a un muchacho que cursa una carrera. Dispuesta así la organización estudiantil, es obvio conjeturar una conclusión: están anclados a un proyecto del pasado autoritario, que hunde sus raíces en más de ochenta años de manipulación priísta, que en el porvenir que requiere de los mejores instrumentos de la ciencia y las humanidades, y sobre todo una filosofía de futuro fincada en la solidaridad y que renuncie expresamente a los egoísmos y los privilegios –verdaderas dádivas– como las que le ofrece en Chihuahua el duartismo a los universitarios.

Y no puede ser de otra manera, con un rector que ingresa al cargo llorando como la Magdalena, luego designa a César Duarte acreedor de la presea al Mérito Universitario, para ser su ujier y todavía más, su marchante de billetes de la lotería.