“Desde que la filosofía ya sólo es capaz de vivir hipócritamente lo que dice, le toca a la desvergüenza por contrapeso decir lo que se vive”
-P. Sloterdijk
En el fresco “La escuela de Atenas”, de Rafael Sanzio, está Diógenes de Sinope sobre los escalones que conducen a la majestuosa altura donde se levantan las figuras de los grandes Platón y Aristóteles. Si el pintor le hubiera preguntado si quería figurar ahí en ese lugar, sostengo, que el filósofo habría dicho que no.
Carlos García Gual (CGG), es el notable erudito español empeñado en conservar y difundir nuestra cultura grecolatina a la que ha dedicado toda una vida como filólogo, helenista, editor y crítico. Su obra “La secta del perro” que brevemente comentaré sin más propósito que recomendarles su lectura, data de 1987 y ahora la releo en una reimpresión de 2023, porque, a pesar de los años, tiene vigencia en todos los sentidos, en especial por las exposiciones que hace de Antístenes, Diógenes de Sinope y Crates, entre los principales. Siempre será Diógenes el de la fama, por sus transgresiones y anécdotas que durante siglos vienen a nosotros de boca en boca. Memorable es el uso de su linterna con la que buscaba a plena luz del día hombres en Corinto y en la Grecia de Sócrates y Platón.
El autor nos dota de una valiosa herramienta filológica para explicar de qué cinismo se trata y con ese propósito empieza por decirnos que existe una diferencia entre el antiguo y original, y el actual, el que todos tenemos presente en nuestro transitar de todos los días, sobre todo cuando hablamos de nuestros hombres y mujeres con poder político y gubernamental.
Recurre CGG con ingenio a un recurso lingüístico propio de la lengua alemana moderna que distingue entre lo que es “kinismus”, lo concerniente a una secta filosófica griega de los primeros tiempos del helenismo post-socrático, y que se reconoce como la escuela fundada por Antístenes, del “zinismus” que está extendido en las sociedades contemporáneas como una moneda corriente lo mismo entre los políticos que en los círculos intelectuales, en la religión hecha iglesia y en el mundo de las finanzas parasitarias. Este es el cinismo que parece que ya es parte indisoluble de nuestras sociedades.
El libro de CGG trata sobre el primero, sin que se olvide el otro que también expone en el prólogo. El español hace un recorrido exponiendo de manera breve los postulados de la escuela cínica. Marca el texto histórico y explica lo que ata y separa a Antístenes, Diógenes, Crates y otros, del maestro Sócrates, siempre en el centro marcando un antes y un después, otorgando un nivel alto y otro menor, como es convencional en las historias de la filosofía griega. De entrada el autor pone en su justo lugar al otro Diógenes Laercio y su famoso libro en el que da noticia de la vida de los filósofos cínicos y que se pierde en la narrativa de anécdotas que no alcanzan a dar la mejor visión de ellos y que sin duda es más profunda. En esencia lo que contribuyó a esto fue que las obras y textos de los cínicos se perdieron y sólo hay fragmentos escasos. También se suma que pasaron varios siglos para cuando este Diógenes, el historiador, escribió su famoso libro, cuyas limitaciones CGG encuentra y subraya.
La escuela del cinismo (kyon-kynós: perro en griego), es ni más ni menos que un asalto a los valores civilizados prevalecientes y a los modelos de virtud imperantes en el mundo griego y mediterráneo en una hora en que la democracia ateniense había fallecido. Transmutar valores, se dice con acento en el discurso, pero especialmente en los hechos. Se advierte una actitud de reto emprendido por sabios ambulantes que hacían renunciación de los bienes materiales. Crates, por ejemplo, era rico y dejó todo para caminar y mostrar otros conceptos de felicidad sin sujetarse a la horma dominante e hipócrita, actuando como lo hace el perro, que “para los griegos fue desde antiguo el animal impúdico por excelencia, y el calificativo de perro se evocaba ante todo ese franco impudor del animal” (p21).
Antístenes es el fundador, pero no el más afamado, tiene en gran aprecio la educación (p48) en los aportes del mítico Heracles, elevando la mira para actuar de manera más noble (p46). Pero es Diógenes de Sinope el que acapara la atención de CGG, ya que incluso le dedica más menciones a lo largo del libro, y más páginas a la exposición del célebre filósofo que, cuenta la leyenda, prescindió de su escudilla cuando vio que un niño bebió agua valiéndose únicamente de la concha que formó con sus manos. Diógenes le dio consecuencia a lo que Antístenes dijo, predicó con el ejemplo a contrapelo de una sociedad que iba en declive si la contrastamos con sus momentos de esplendor, por más que la Grecia de Pericles fuera una democracia imperialista, como la norteamericana actual. En todo esto siempre está presente Diógenes que porfía reprochando las lacras de la sociedad, pero no era todo ni remotamente, sino que se proponía liberar al individuo hacia un eudemonismo diferente, mas no a la perfección inalcanzable.
Diógenes El Perro, en esta lectura, apuesta por una vida natural, por un cosmopolitismo muy distinto al que vino mucho tiempo después. Él se concebía como un ciudadano del mundo, aunque ese mundo era más pequeño que el que conoció y se confinaba a la civilización helenista que floreció en el este del mediterráneo y alcanzó para influir al cristianismo primitivo, ese que muestra hombres como Diógenes y Crates dispuestos a dejar todo lo material y caminar sólo con un zurrón, una manta y un báculo para recorrer comunidades, transgrediendo lo establecido como rebeldes no violentos, y reivindicadores del valor de la individualidad. No importaba el pudor convencional y sí mostrarse como perrunos frente a los convencionalismos de virtudes que sólo existían de los dientes para afuera. Lejos estuvieron de convertirse en misántropos.
Pero no nos equivoquemos, nuestro autor nos advierte de algo esencial al abordar el tema de la desvergüenza: “…la actitud impúdica del cínico dista mucho de ser algo espontáneo y natural. Se trata, más bien, de una postura bien ensayada y asumida frente a los demás, una actitud no sólo agresiva, sino también defensiva, que no es tanto el final como el comienzo de una toma de posición crítica frente a la sociedad y sus objetivos”.
Y esto vale también para hoy cuando se requiere “reacuñar la moneda”, como lo intentó este jefe de la secta en la que él era el perro mayor, o más grande, o más famoso, o más eficaz, y por ello víctima de un Platón violento que así como le dio la ley de hielo a Demócrito de Abdera, expulsó a los poetas, reprochó la democracia, tildó de loco a Diógenes, más no evitó que llegara a nuestros días, ahora en este recuerdo espléndido de CGG.
Los poderosos no se preocupan por el sarcasmo de los cínicos, porque piensan que “no es natural que el hombre quiera ser feliz como un perro” (p29) y eso a fin de cuentas toca esencialmente al individuo y “la revolución moral y la subversión que propone el cínico sólo es para unos cuantos” (p29). Pero eso no le quita su filo, como lo expone el autor al comentar a Crates, porque “la esencia del cinismo es la oposición a la cultura convencional” (p84). Y en esto Crates, filántropo de verdad, escribió además una historia de amor extraordinaria al lado de Hiparquia, la mujer que lo siguió y que es de las pocas que figura en los anales filosóficos (89).
Me llamó la atención de esta lectura, que se catalogue al cinismo como “la oveja negra de la filosofía, del diálogo platónico” y como “el cinismo expone una progenie de formas bastardas de literatura al margen de los moldes clásicos, provocando la risa y recordando en sus sátiras y parodias que el hombre no sólo es el animal que ríe, sino también, comentó Montaigne, el más ridículo y risible de los animales” (p101).
En el libro, estimo que se dibuja el mundo de los vagabundos, inagotable a través de los siglos. ¿Cuánto juglares no fueron cínicos? Y los encontramos en variadas expresiones y matices. Están en Francois Villon, reaparecieron en Diderot, Rousseau, Baudelaire y el Flâneur que inspiró, se encuentran en personajes de nuestra ciudad de Chihuahua en Rogelio Treviño y Remigio Córdova, y en tiempos de mi juventud en el movimiento de los hippies y los beatniks.
Siempre estarán, al margen, pero estarán. En el centro, o en las alturas, en cambio y para desgracia, estarán los “grandes” cínicos: Trump, Putin, Netanyahu.
Es mi deseo que esta obra llegue a tus manos, en particular a los que tengan deseos de errancia, para encontrar, por su orden, primero la linterna y después, quizá mucho después, al hombre. Muchos han fracasado en el intento, y de todos modos nos ha valido de mucho. No se arrepintieron.
Tengan presente, como dice CGG que “estos son buenos tiempos para el cinismo, inmejorables para el sarcasmo como forma crítica” (p11), y que todos -donde estemos- podamos librar batallas sin cuartel por la propia individualidad, cuando más no se pueda.
García Gual, Carlos; “La secta del perro” (contiene el respaldo correspondiente y parcial de la obra de Diógenes Laercio “Vida de los filósofos cínicos”). Traducción del mismo autor. Alianza Editorial. Sexta reimpresión. 2023. Madrid, España.