Clase de Cainitas
Javier Corral, Cruz Pérez Cuéllar y Maru Campos fueron en su origen miembros de la misma familia política. El trío debutó en el PAN, ahí se beneficiaron y medraron políticamente lo que es más que fama pública. La corrupción es tema que los afecta de diversa manera. Casi hermanos -compadres para el Derecho Canónico- los dos primeros se convirtieron a una raza de cainitas políticos sin que hoy podamos decir cuál de los dos corresponde a Abel y cuál al malvado Caín. Católicos al fin los tres, la gobernadora María Eugenia Campos corresponde más a un modelo tardío cercano a las prácticas de la descomposición que se adosa a los legendarios Borgia.
Son, los tres, ejemplares de la clase política local que tenemos y padecemos a un mismo tiempo, por lo cual muy poco, nada para mí se puede esperar de ellos por más que hayan acumulado poder y disputen por el mismo de la manera que es conocida hasta ahora. Pueden ser más poderosos en el futuro cercano pero ese no es mi tema por ahora.
Al buscarles denominadores comunes, pronto aparecen adjetivos cargados de sustantividad. veamos: los tres traicionaron la esencia del PAN en su versión debida a la pluma de Manuel Gómez Morín, al cual le quemaron y le queman incienso cada vez que la ocasión retórica lo requería. Corral en esto fue el gran sofista, de engolada voz a la mitad del coro, hoy está en Morena como gorrión comiendo migas y cantando loas a Claudia Sheibaum, al grado de transgredir el integrismo del libro de Macuspana, como arma para aparentar independencia de la cual parece hoy que finalmente se materializó en el el hombre mediocre que llevaba dentro.
Pérez Cuéllar ya había cruzado el desierto y antes de ser purificado por Morena, hoy su casa, fue de Movimiento Ciudadano de donde chapulineó, como se sabe bien, a su estatus actual. De que brinca brinca. Estuvo con César Duarte, recibió prebendas y encomiendas, le prestó servicio y desde luego cobró por ellos. Hoy es parte de un escándalo de corrupción porque él es de los políticos que les da por tener casa elegante en zonas residenciales, pero no solo también tiene ínfulas de cacique que se observó al colocar a su hermano en el proceso electoral actual en una candidatura que lo convertirá en parlamentario federal, práctica que dijeron en Morena es detestable.
En su tiempo de gobernador, Javier Corral perdonó a Pérez Cuéllar, es un hecho demostrable. Parece que lo orientó el corrido mexicano de no ofender al eterno lesionando a un compadre. Esas relaciones no se tocan. Se matan si es posible, como lo cuenta la leyenda de Caín y Abel, pero no más y así sucedió en esta relación.
La gobernadora Maru Campos es diestra en materia de corrupción, es una política profesional que tiene nutriéndose del presupuesto más de la mitad de su vida, comió alpiste generosamente de César Duarte, y tiene en su contra una acción penal que la espera tan pronto se le acabe el fuero. Su actual gobierno es compartido paritariamente con el PRI y por eso la alianza electoral del PAN lo confirma. Aquí también hay traición que mucho duele. Sobre todo a los panistas de viejas raíces.
Pareciera, lo reconozco, que me empeño en un ejercicio escolar y retórico con estos personajes, muestra del barro de que está hecha la clase política local. Y no hay tal, aunque lo aparente.
Advierto que tampoco se trata de una comedia de enredos. Hoy resulta que el trío de origen común muestra estas relaciones: Corral es enemigo acérrimo de los otros dos, pero ahora sonríe a Campos Galván por la ofensiva contra Pérez Cuéllar al que también le sonríe como compañero de partido, camarada. Cruz se comporta como cainita contra Corral pero lo acepta y le hace campaña como candidato plurinominal al Senado, institución de la cual Corral lo sacó a cotón cuando ganó por segunda ocasión un escaño en la cámara alta, puesto que obtuvo en el 2012 con el misterioso apoyo de Carlos Slim, integrante de la mafia del poder que odia y combate la cuarta transformación, que ha hecho negocios como nunca. Así está la madeja de la politiquería en Chihuahua, gravitando sobre el tema de la corrupción. Los tres, de alguna manera, están en falta y no han rendido cuentas y, mucho menos se han visto afectados por su responsabilidad en el desempeño de la función pública.
Pero sí hay algo que los hermana en todo esto: no tiene en la lucha anticorrupción genuina cartas y credenciales que los acrediten en un tema en específico: su desvinculación de los proyectos de poder personal, faccioso, sectario. En otras palabras esa lucha es palanca para elevarse, por eso su política es ejercicio de odio y venganza.
De los dientes para afuera los tres dicen ser partidarios del estado democrático de derecho, pero flaquean por en que no lo convierten en un sistema político que de frutos en la materia que me ocupa.
Corral traicionó a Unión Ciudadana y le dio la espalda a la más fuerte denuncia contra César Duarte, la gobernadora actual ha convertido su administración en un buen negocio, busca parentesco familiar con la oligarquía, y tiene una causa penal que le espera y el crédito por sus complicidades con el duartismo. Pérez Cuéllar es corrupto hasta la médula, nepotista y hoy, está exiliado en una casa grande, elegante y disque rentada. Se mueven diestros en el mismo muégano de los partidos políticos que son un adefesio para la democracia, cuando se asume en serio.