Llegó a mi correo un texto de un ciudadano que a cambio de su anonimato, difunde una crónica sobre la Claudia Sheinbaum que fue y la que ahora se presenta como candidata presidencial. Indagué y estoy cierto de que el texto es auténtico, y que quien lo redactó tiene sus razones para reservarse su identidad. Sé que lo hará con oportunidad. Y como dice el presidente, “mi pecho no es bodega”, por eso lo entrego íntegro, incluido su título, a La Verdad Juárez para su publicación. Y si eso llega a considerar como un artilugio de mi parte, no dudaría en signarlo.


Claudia Sheinbaum observaba satisfecha desde el templete: la plaza estaba repleta y las multitudes seguían llegando, fue una gran demostración de fuerza, aunque a ella la movía más la causa. La fuerza de la razón, le decían. Era 1987, miles de jóvenes marchaban en defensa de la UNAM, por una universidad pública, gratuita y de calidad.

Sobre la calle, a un costado de la Plaza de la Constitución, una enorme pinta daba la bienvenida: Jóvenes, el zócalo los esperó durante dieciocho años. El fantasma de terror inoculado el dos de octubre del 68 fue conjurado por una juventud festiva y combativa que retomaba las banderas de aquel movimiento: las libertades democráticas. “Adelante, atrás, a los lados, aquí no hay acarreados”, coreaban con orgullo los contingentes. Manuel Bartlett, secretario de Gobernación, informaba a un temeroso presidente De la Madrid: el zócalo está repleto. Los cimientos del sistema priista estaban fracturados.

Un año después la plaza se volvería a llenar, entonces para protestar por el fraude electoral que arrebató el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas y entregó la presidencia a Carlos Salinas, momento que inmortalizó la frase de Bartlett, principal operador de ese atraco: “se nos cayó el sistema”. Miles de personas se unieron en un esfuerzo voluntario, sin mayor interés que un país mejor. La exigencia de cambio, el hartazgo frente a la simulación, el populismo y la demagogia.

A treinta y cinco años de aquellos hechos, Claudia Sheinbaum vuelve a ocupar el templete, ahora en todas las plazas del país como guardiana del legado del presidente López Obrador. Espera convertirse en la primera presidenta de la nación. En sus redes de apoyo, además de Bartlett, hay otros destacados orquestadores de fraudes de la época de oro del priismo: Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Amador Rodríguez Lozano, José Murat y Alfredo del Mazo, por citar algunos. Están ahí para garantizar su triunfo, pero también para recordarle su calidad de custodia, no de titular, del bastón de mando; lo hacen como interlocutores con los poderes fácticos y como negociadores de las candidaturas a los espacios legislativos. También cuenta con el apoyo de responsables de fraudes en la era panista, destacando Manuel Espino, expresidente de ese partido.

La mirada de Claudia ha cambiado, ya no es de satisfacción, en ella hay exigencia. “La jefa se fue molesta, esperaba más gente en el evento”, reportan con frecuencia a sus operadores. El grito de orgullo de “aquí no hay acarreados” adquiere ahora un tono de reclamo: aquí no hay acarreados, ¿en dónde están?, ¿quién falló?, ¿quién no cumplió con su cuota? Hay membretes nuevos como CODUC y CATEM pero, increíblemente, los más arcaicos sobreviven y aún presumen ser los contingentes mayoritarios: la CTM, la CROC, la Luz del Mundo.

Para las mafias transportistas el pacto no es nuevo, el costo de traslados en camiones, minibuses y taxis se verá compensado por concesiones, condonación de multas y otorgamiento de nuevas rutas. “El pueblo se cansa de tanta pinche transa” se coreaba en las marchas de la Claudia de ayer, “Es un honor estar con Obrador”, se corea en las de ahora.

Las listas, evidencias fotográficas y auditorías disimuladas por parte de los choferes no sólo sirven para garantizar llenos totales. También son las formas de medición de fuerzas entre organizaciones y responsables de diferentes dependencias de gobierno. A mayor convocatoria mayor compromiso y mejor condición para negociar candidaturas y espacios en la estructura electoral. La capacidad de acarreo y la aportación de fondos para la campaña serán la medida que defina el futuro de titulares de gubernaturas, presidencias municipales y representaciones de elección popular.

La Claudia de los ochenta llegaba al zócalo acompañada de jóvenes estudiantes y se iba caminando a celebrar el éxito de las manifestaciones al Covadonga, a La Ópera o a La Faena. La de ahora llega a sus mítines rodeada de jóvenes militares disfrazados de activistas y se traslada en Suburbans a comidas VIP en casas de los miembros de las élites empresariales, de la política y de las finanzas. “Es un honor estar con Claudia hoy”, gritan tras las vallas centenares de pobres en busca de tomarse una selfie con la candidata, a quien por escasos segundos sentirán cercana.

“Dame una C, dame una E, dame una U, ¿qué dice?” se arengaba a las multitudes en los ochenta. «Ceu, ceu, ceu”, respondía el coro de jóvenes que exigía un Congreso Universitario en la UNAM. Entre ellos estaban Martí Batres, estudiante de bachillerato y Ulises Lara, de Ciencias Políticas. Hoy los dos son altos funcionarios bajo el madrinazgo político de Claudia Sheinbaum, uno es jefe de Gobierno de la Ciudad de México y el otro fiscal general en la misma entidad. Llegaron a sus cargos amparados en títulos profesionales expedidos al vapor por universidades patito; Humanitas, el primero y Cúspide de México, el segundo. Lejos quedó la defensa de la UNAM.

Así se prepara la campaña de Estado de lo que hace seis años triunfó como Renovación Nacional, movimiento por el cambio verdadero, Cuarta Transformación, derrota del neoliberalismo y fin de la corrupción. Misma finca, diferente capataz, dijeron entonces los rebeldes zapatistas. La dictadura perfecta, advirtió Mario Vargas Llosa en 1990. México, siempre fiel, sentenciaba por la misma época el papa Karol Wojtyla.


Como podrá notarse, este es un texto a tomar en cuenta precisamente en estos días de aspiracionismos presidenciales.