El mes de enero en Chihuahua se está significando por ser trágico debido a las estadísticas de homicidios dolosos y por ejecución de que dan cuentas los medios de información. En esta estadística se puede afirmar que está presente la masacre y el mensaje inequívoco y de advertencia para todos, que se traduce, entre otros, en la exhibición de un cadáver sin cabeza.

Estos 77 homicidios han sucedido en apenas dos semanas, las dos primeras del año, y auguran un ambiente de violencia que se puede extender a la par de las campañas electorales, lo que es muy delicado en la apreciación de múltiples analistas y expertos.

Los aparatos de justicia que van desde federales, estatales y municipales, están exhibiendo su incompetencia para contener al crimen y este nuevo baño de sangre que tiñe a la entidad.

Este sexenio local ha ofrecido la seguridad como un tema prioritario y le ha apostado a la llamada Plataforma Centinela, que podemos afirmar inició como un fracaso y es previsible que no haya corrección posible, porque las prioridades, hoy por hoy, son político-electorales y no de asumir las tareas gubernamentales. La misma Torre Centinela que se levanta con muchos contratiempos en Ciudad Juárez, no sirve ni servirá a los propósitos que se han asignado, entre otras razones porque de terminarse la obra ya estaríamos en los últimos momentos de la actual administración de María Eugenia Campos Galván.

Todo esto empezó mal desde el momento en que se designó como fiscal general a Roberto Fierro, que no dio el ancho, siendo sustituido por César Jáuregui Moreno. Pero sin duda la debilidad está focalizada en el secretario de Seguridad Pública estatal, Gilberto Loya, del que podemos decir que prácticamente no ha dado una, y no puede ser de otra manera porque su experiencia es meramente municipal y no suficiente para comprender las dimensiones de un estado como Chihuahua y sus conexiones con la grave crisis de seguridad que hay en la república entera.

Aunque una remoción de Gilberto Loya no sería el anuncio de mejores tiempos, está claro que alguien más debe ocupar su lugar, y ese es el clamor general que así lo afirma.