La izquierda política o social es prácticamente inexistente en el estado de Chihuahua. Históricamente las diversas expresiones de esta orientación política tuvieron relevancia durante la segunda mitad del siglo XX.
Su registro consigna momentos brillantes, como las luchas que precedieron al Asalto al Cuartel de Madera en 1965, inexplicable sin las luchas agrarias previas; el 68 chihuahuense, que fue un ciclo largo de insurgencia estudiantil para rescatar el carácter científico, crítico y popular de la educación superior; o la fundación del Comité de Defensa Popular en 1972, que trazó un modelo importante para diseñar la convergencia de luchas de diverso tipo en un solo organismo, muy parecido al concejismo; y desde luego la cuota de sangre que se pagó por mujeres y hombres que apostaron por las armas para incidir en un cambió, pero fueron abatidos durante la llamada “Guerra Sucia”.
Es de estimarse, en esa misma línea, el papel que jugaron los partidos de izquierda de la época, en especial el Partido Comunista Mexicano, y una izquierda que realizó su propia lectura del marxismo y el socialismo que aspiró a constituirse en un proyecto orgánico que se malogró, como es el caso del grupo El Martillo al que pertenecí, al lado de compañeros como Víctor Orozco, Rogelio Luna, Manuel Valles Muela o Manuel Muñoz.
Con todo esto no se puede zanjar una crítica en la que se reconozcan derrotas, errores, pero sobre todo la poca penetración que se tuvo en una sociedad como la chihuahuense, que algunos quieren encasillar estrictamente dentro del conservadurismo de dos caras partidarias: la del PRI y la del PAN.
Prácticamente toda esa etapa hoy se puede catalogar como “arqueología política”. Y reflexiono sobre esto porque ahora anda de boca en boca la peregrina idea de que el partido MORENA representa a la izquierda en el país, y desde luego en la región.
Una cosa es que se haya escalado a puestos de poder político, y otra que eso tenga significación para hacer una clasificación que ubique a MORENA en la izquierda, si por tal entendemos una profunda lucha por la distribución justa de la riqueza y un aliento vigoroso de democratización de la sociedad, el gobierno y el Estado.
Después de la reforma política de fines de los años setenta, preconizada desde el gobierno por el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, durante el sexenio de José López Portillo, consistió en la apertura y legalización para que la izquierda participara en los procesos electorales, a la vez que se amnistiaba a los presos y perseguidos políticos. También se significó en un abandono de las otras agendas que con mucho tesón había atendido la izquierda en materia de luchas económicas, contra el corporativismo sindical, y otras quedaron al margen, como la construcción de nuevos gremios obreros y académicos, y por la lucha de una universidad progresista. Hablo de una izquierda que no abandonó ni la lucha ideológica ni a la cultura.
Para las elecciones federales de 1979, compareció una coalición de izquierda que logró por primera vez un grupo parlamentario en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, al que perteneció el chihuahuense Antonio Becerra Gaytán. Se alentó la unidad, y en un proceso vertiginoso se creó el Partido Socialista Unificado de México y con posterioridad el Partido Mexicano Socialista. Es la etapa en la que a los chihuahuenses los sorprende la insurgencia del Partido Acción Nacional y en la que la lucha por la democracia electoral cobra relevancia y hace converger por diversas vías a la izquierda partidaria local con el PAN.
Electoralmente, ambos partidos, con todo y la importancia que se les pueda reconocer, obtenían resultados magros.
La fundación del PRD obró como un gran atractivo que le dio a la izquierda chihuahuense la calidad de frente único, y su votación se incrementó sin alcanzar niveles de competitividad reales, siempre por debajo de un diez por ciento de la votación válida emitida en el estado.
A grandes trancos podemos decir que 1997 marca un viraje nacional que coloca al PRD como un fuerte partido político, pero de filiación puramente electoral. Es la etapa de los liderazgos de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador, este último, candidato presidencial en las elecciones de 2006 y 2012.
López Obrador no fue el artífice de la consolidación de la izquierda partidaria en el PRD. Al final, despreció a este organismo político, y fundó MORENA desplegando la idea de que era la izquierda de los nuevos tiempos, que se extienden hasta hoy.
Pero es difícil catalogar a MORENA dentro de la izquierda. Es un movimiento que agrupa y arropa un espectro de actores políticos que van desde la ultraderecha hasta el viejo PRI, dejando prácticamente invertebrados a los muy pocos que aún se dicen de izquierda o que forman parte de la misma históricamente. MORENA se convirtió en un partido en el que los militantes no eligen a sus dirigentes ni a sus candidatos, que no decide institucionalmente sus documentos básicos, ni el diseño de su línea política.
Se guía más por un criterio de identidades que por el lugar que ocupan, pongamos por caso, obreros, asalariados, agricultores, maestros, en los procesos económicos y sociales. Aquí el criterio puede ser que se trata del “pueblo bueno”, enemigo de una élite rapaz y corrupta.
Pero si bajamos la mira de estas notas hacia la realidad inmediata de MORENA, estamos muy lejos de poder catalogarla como una fuerza de izquierda a la luz de sus actores principales.
Hoy disputan por las senadurías de Chihuahua personajes como los expriistas Armando Cabada y Rafael Espino, o la exreina de belleza y exconductora de Televisa, Rosana Díaz. Y uno se pregunta, ¿qué tiene qué ver esto con la izquierda histórica?, y la respuesta es, absolutamente nada. Pero todavía más concreto, ¿qué tiene que ver con la izquierda a secas? Tampoco nada.