MORENA, López Obrador y la candidata Claudia Sheinbaum, no tocan ni con el pétalo de una rosa al viejo corporativismo sindical. Esto se vio el día de ayer cuando Sheinbaum se reunió con líderes como Francisco Hernández Juárez, del sindicato de telefonistas, dirigente que ya va para medio siglo en el cargo; y con los de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), a fin de promover la campaña electoral morenista.
El corporativismo sindical ha significado para los trabajadores asalariados una dependencia casi absoluta del gobierno, y una pérdida, también absoluta, de autonomía, para la gestión de los intereses económicos y profesionales de los trabajadores industriales, y en general de toda la clase trabajadora.
El cambio político en México nunca se ha propuesto la abolición de este corporativismo; al contrario, tanto el Partido Acción Nacional como ahora MORENA, y no se diga el PRI, mantienen las cadenas corporativas como un mecanismo de clientela electoral y de negociación política con los grandes intereses económicos.
Se ha hablado mucho de cambio democrático, de transición, pero eso no pasa por las organizaciones obreras, y lo que se puede augurar es que continuará así el control sobre los trabajadores, de cuyo despliegue democrático puede depender un nuevo trato o contrato social para la incorporación a la vida política independiente y libre de los trabajadores.
Hasta hoy las grandes centrales obreras, apapachadas ahora por MORENA, significan más cárceles sociales para el control de los trabajadores.
En otras palabras, el evento “sindical” de ayer en la Ciudad de México augura que habrá más charrismo sindical, para decirlo con un viejo término que ilustra bien de qué estamos hablando.