circo2-18jul2014

Quien termine de principio a fin la lectura de este texto, no me tendrá como un pastor frustrado, callejero y frenético –biblia en mano– gritando citas de las llamadas sagradas escrituras. Génesis 26 al 28 marcó un decreto que llega hasta nuestros días. En culturas diferentes a la judeo-cristiana sucedió lo mismo aunque con diferencias. Por lo que toca a nosotros, de allá data en parte una concepción de la vida que coloca en la cima más alta al hombre y, en esa cosmovisión, a la mujer en un nivel inferior. Escribo de lo que se conoce como el androcentrismo, tener como lo más alto a un ser vivo en demérito del resto de los así llamados reinos animal, vegetal y mineral. Pensar, y a la postre también depredar, que se le heredó todo para que hiciera y deshiciera, viene de una raíz que se expresa así en el libro inicial: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra…”.

Con ese cheque en blanco, hasta se llegó a insultar tomando como modelo a algunas especies animales: raza de víboras, perro inmundo, burro, gusano, perro del mal, y hasta el muy propio de cierta detestable bohemia: rata de dos patas. En fin, el maltrato a los animales viene de lejos. Pero, bien miradas las cosas, también la cita expresa las inevitables cadenas biológicas que permiten que todas las especies sobrevivan, alimentándose unas de otras y, a final de cuentas, depredándose. A mi juicio, eso no podrá cambiarse de ninguna manera; quiero decir, que ni Monsanto logrará fabricar proteínas para que en el reino animal todos, empezando por el hombre y la mujer, ya no tengan que sacrificarse para su vital estancia en un planeta en el que se autoconciben como las figuras centrales y con plenos poderes sobre la naturaleza.

Racionalmente es insostenible el maltrato al resto de los seres vivos, sean animales o vegetales. Pero sin el paciente trabajo de la ciencia –pienso en dos grandes: Vesalio, fundador de la anatomía, diciéndole a Dios “perdona que destruya tu obra”; o todo el provecho que nos dejó Pávlov con la experimentación con perros–, ensayando con esos seres vivos que se mal estiman inferiores, no tendríamos los beneficios de la medicina en muchas de sus especialidades, y sobre todo en las que más polémica causan en el mundo contemporáneo. Digo esto para subrayar que el tema es de una gran dificultad ética y para muchos quizá primordialmente religiosa. Pero esto es distinto a hacer política barata y demagogia, de esa que en nuestro país preconiza un partido que se ostenta como ecologista pero que tiene de verde muy poco, por no decir absolutamente nada.

El tema es obvio: se refiere a la prohibición de las peleas de gallos y perros, las corridas de toros –por cierto por las que siento desafecto– y el circo que tantas ilusiones y fantasías despierta aún en entre niños y niñas, aunque en nuestro país prácticamente se encuentre en extinción. Aquí sí, al margen de toda política que se discierna sobre prioridades sociales, el Congreso de Chihuahua proscribió el empleo de animales (camellos, caballos, leones, tigres, elefantes, etc.) en las legendarias carpas, privando así a cientos de miles de personas que quizá no tengan la oportunidad de ir a un zoológico a conocer esas especies y a la vez brindarles la oportunidad a éstos de que los aprecien. Ya no tendremos la ocasión, aunque el asunto está por verse, de saborear el tamborileo de la música de Khachaturian, cuando los tigres rujan frente a su domador, o cuando una acróbata se trepe en dos caballos y de pie para recorrer velozmente el redondel. Eso es maltrato para el ecologismo chato de un partido que vive del PRI y que en aras de ganar adeptos de manera oportunista, sostiene una concepción de la vida que les permite hasta defender la pena de muerte. A eso se le llama simular que se legisla, aparentar humanitarismo pero a la vez estar de rodillas frente al amo priísta.

El circo forma parte de nuestra cultura, con él aparte de conocer variedades animales, están los trapecistas, los payasos, los malabaristas, el suspenso, el miedo momentáneo y el casi siempre afortunado desenlace. También las memorables fugas de un animal salvaje que sale, desentendiéndose de la biblia, para saborear un costillar humano si le es posible. Sobre el circo se han escrito estupendas cosas, que no creo que quienes ahora restringen su espectáculo hayan leído, pero eso es otra cosa.

Los empresarios circenses no tienen excusa alguna para emplear animales sin alimentarlos adecuadamente, curarlos con expertos veterinarios, propiciarles el confort, seguramente no igualado del hábitat que tuvieron en primera generación. Claro que hay que exigirles que cumplan con esto y más. Por cierto, nuestro escudo nacional no deja muy bien parada a la culebra, pero esas son cosas que suceden en una escala zoológica inferior. A partir de que entre en vigor la ley en Chihuahua ya no vendrán los circos a estas tierras, de por sí eso ya resulta cada día más distante. Pero también empezaremos a padecer una especie de esquizofrenia social. Habrá peleas de gallos, corridas de toros, periquitos adivinadores de la suerte y hasta pulgas saltarinas en las plazas, porque hasta allá no alcanzó el brazo de la dura ley. En las cárceles y en los cuarteles continuará la tortura contra el “rey de la creación” y el buen trato a ciertos caballos, pura sangre, como el que le obsequiaron al cacique de estas tierras. En verdad me preocupa qué pasará en las ferias con la mujer araña.

Qué distinta visión de todo esto tiene una escritora y pensadora contemporánea, ya desaparecida, Marguerite Duras. Ella, en un memorable artículo de 1978 publicado en Le Matin, de París, nos habla de un gran animal de color negro (Koko, el mono que habla al que llama África), llevado a la pantalla grande por Barbet Shroeder, creo que lejano pariente de un poeta juarense, y en la que se plantean los dilemas de un ser que se traslada de África a una tierra que le es desconocida y que a final de cuentas es cualquier parte del planeta. No puede ser más aleccionadora, contra el mamarracho de la ley chihuahuense, la lección que la autora postula: “…nosotros estamos tan separados de él como del vacío que está ante nosotros. Si es preciso una imagen, será quizás ésta: un río. En un río el antropos, solo. En otro río, el antropoide África igualmente solo. Nos miramos. Nos separan mil millones de años. Sucede también que esta soledad de África en la cadena de las especies es ya nuestra soledad. Soledad de África. Hay que dejarla ahí, dicen algunos, hay que respetar la soledad de África. Ahora bien, si dejáramos a África a su soledad, no existiría ya. La carne de gorila es muy apreciada por los negros del Gabón, y sus cabezas momificadas se venden a precio de oro a los turistas europeos”.

Con leyes como la que se decretó en Chihuahua, no tendríamos las expresiones artísticas llevadas al cine como en la descripción hecha. Tendríamos un mundo absolutamente gris, como el que propuso la diputada del Partido Verde, María Ávila Serna, apoyada, por supuesto, por la bancada panista. El día que votaron el adefesio legislativo, afuera había un centenar o más de hombres y mujeres que probablemente mañana pierdan sus casas, sus bienes y su patrimonio, pero –¡oh, Dios, cómo bendices a Chihuahua!– ya no habrá espectáculos con un circo en el que, respetando a sus animales, todos podamos confrontar las dos soledades a que se refiere Duras. Y más aún, siguiendo su pensamiento, nadie puede saber lo que hay que hacer para salvarnos, y para salvar a los gorilas, las ballenas, el mar, la infancia, las golondrinas y el amor. Nadie. Tiene pertinencia la pregunta de la francesa: “¿No sería preciso que escucháramos bien, no sería preciso que enseñáramos a África la desconfianza del hombre? ¿Lo llevaríamos, pues, hacia nosotros?”

Por qué el circo –en el fondo metáfora de África– ha de ser sólo objeto de una estrecha y oportunista visión con la que la diputada Ávila Serna se rasga las vestiduras, y a la vez se mueve –con el apoyo de recursos públicos– en una lujosa camioneta Suburban tapizada en piel. ¿Es qué hay niveles de maltrato? ¿O sólo quienes están en el poder tienen la prerrogativa de disponer, conforme al Génesis, del mundo animal, pero ahora con el privilegio de que lo mejor queda en manos de politicastros?

Sólo para romper la solemnidad que transpira este texto, me decanto sicalíptico: ojalá a la diputada no se le ocurra prohibir, por “dignidad humana”, la clásica dinámica de los dos payasos que desglosan refranes pareados, adosándole a cada parte, según convenga, las frase “por detrás” y “por delante”, porque entonces estaríamos en posibilidad de entender mejor de qué se trata su rutina legislativa. Va un ejemplo: A bien obrar (por atrás); bien pagar (por delante).