Columna

Evasiones (no tan) colaterales

Cuando las instituciones y quienes las representan evaden sus responsabilidades mediante figuras persuasivas del lenguaje, casi siempre caen parados, en el terreno firme de la adulación periodística a sueldo, pero nunca en el ojo de organismos internos que observen –y mucho menos– sancionen las conductas indebidas de los funcionarios públicos.

El asunto se difumina todavía más cuando se trata de dirigentes de partidos, especialmente si están anclados al poder en turno, como es el caso de Mario Delgado, dirigente nacional de MORENA.

Me refiero al hecho de que, ya casi convertido en una suerte de muletilla entre los políticos a sueldo, Mario Delgado lamentó el secuestro de varios encuestadores y encuestadoras de su partido, el asesinato de dos más y la desaparición de otro en el estado de Chiapas, hoy por hoy, terreno disputado por bandas del crimen organizado, pero que calificó como una “confusión” por parte de los gatilleros.

Sorprende la rapidez de sus palabras y conclusiones. Ahora resulta que Mario Delgado, al que por alguna razón López Obrador bajó de la disputa interna por la candidatura de la Ciudad de México, ya sancionó el artero crimen de dos de sus correligionarios. ¿Cómo sabe, Mario Delgado, que los pistoleros se confundieron?, ¿por qué los sicarios fueron tan selectivos al torturar, matar y tirar los cuerpos de dos encuestadores?, ¿por qué otro más sigue desaparecido? La idea, en el fondo, es minimizar la inseguridad, como lo ha hecho constantemente el presidente de la república, y repetir, como lo hicieron panistas y priistas, que son “casos aislados” o “focalizados”.

La fiscalía de Chiapas, y seguramente la Fiscalía de Gertz Manero, tendrían que contratar a Mario Delgado como consultor, en lugar de investigarlo, para precisar las pistas que, según parece, ya tiene en su poder sobre lo ocurrido en ese estado del sureste mexicano. A veces uno no se explica porqué, ante tan sesudas deducciones, la inseguridad del país goza de cabal salud.

Digo que ya casi es un moda el desplante de los políticos, cuando quieren autoconvencerse de sus propias evasiones colaterales, cada que afirman que las personas asesinadas fueron blanco de ejecuciones erradas por el crimen organizado, tal y como también lo planteó como hipótesis el fiscal chihuahuense, César Jáuregui, en el caso de la joven universitaria que recibió 35 impactos de bala de grueso calibre la semana pasada.

Y digo que son evasiones colaterales, en oposición al uso desmedido del término “víctimas colaterales”, tan del gusto del calderonismo sangriento que en su momento también intentaba sacarle la vuelta a la inseguridad de su sexenio.