Columna

La diputada Adriana Terrazas se sentó de nuevo en su curul

Todavía están “reflexionando” en MORENA, especialmente en su fracción parlamentaria en el Congreso, el tratamiento que han de darle a Adriana Terrazas Porras, con motivo de su deslealtad y traición, al prestarse a presidir nuevamente la legislatura local, por orden y disposición de la gobernadora María Eugenia Campos Galván.

La Ley Orgánica del Poder Legislativo dice muy claramente que ese cargo es rotativo y va correspondiendo escalonadamente, según la fuerza partidaria, a los líderes de las bancadas. No se necesita ser un sabio en interpretación de las leyes para entender lo que la gramática grita a los cuatro vientos.

En realidad es un asunto insustancial, si partimos de la tesis que he sostenido como regla, de que los buenos diputados no aspiran a presidir la institución sino a emplear la tribuna y la iniciativa para encarar los problemas de la sociedad, en ejercicio de la representación.

Pero aquí el descaro es superlativo, porque la diputada Terrazas, priista de corazón, morenista de ocasión, y pieza de utilería del panismo maruquista, está sentada en un lugar que no le corresponde y que va en contra de su naturaleza, esto último porque debiera saber dónde mejor sentarse.

En realidad los diputados morenistas han quedado a deber, y bastante. Dicen que no son iguales, pero aguantan callados un agravio tan grande cual es que les pongan a una diputada veleidosa como su representante, teniendo ellos la única y soberana facultad de hacerlo.

Quizás la moraleja sería, que lejos de reconocerles que están pensando en expulsarla, en realidad advertir que se lo merece.