Una de las prominentes fundadoras del feminismo contemporáneo, Simone de Beauvoir, en su obra El pensamiento político de la derecha, lo dice de manera muy clara: para explicar los grandes problemas de la sociedad, y sobre todo para fortalecer el llamado a la persecución y la represión, los agitadores son los culpables, los responsables; sin ellos reinaría la paz social, y por tanto el poder establecido.
Aunque de vieja data la obra, tiene vigencia en este momento para examinar un aspecto derivado de las acciones del pasado 8 de marzo, especialmente en la ciudad de Chihuahua.
No es que haya una rabia contenida por muchísimo tiempo durante el cual las mujeres han tenido que callar hostigamientos, violaciones, incesto, feminicidio, violencia familiar, menosprecios, discriminaciones, racismo, fobias, pederastia, obstáculos al despliegue pleno de sus derechos; menos que haya una cultura patriarcal que lacera a las mujeres, lo mismo en las sociedades cristianas, católicas o musulmanas. Nada de eso es causa de que las mujeres salgan a las calles, ocupen las plazas públicas, expresen su fuerza avasallante.
Son los agitadores, los “infiltrados”, los “fuereños”, las “fuerzas oscuras”, los “radicales” y los “intereses inconfesables” los que “azuzan e intranquilizan a la sociedad”. Sin ellos todo estaría en paz y reinaría el orden público, aunque en la realidad esos agravios vulneran profundamente la vida de las mujeres, la individual, la social y la familiar, extendiéndose hasta el mundo del trabajo.
En esas manidas ideas se sustenta el discurso de la gobernadora María Eugenia Campos para explicar los sucesos del 8 de marzo en la capital del estado. Si examinamos cuidadosamente la coyuntura, encontramos que el Primer Informe gubernamental quiso instalar una narrativa de que el estado de Chihuahua va viento en popa a la prosperidad, la tranquilidad, esa patria ordenada y generosa que han preconizado los panistas, acompañados de la divisa de que se puede desterrar el mal evitable, frases huecas que sirven para adocenar auditorios obsequiosos, particularmente auditorios donde se carece del derecho a replicar al discurso oficial.
Igualmente sobadas son las palabras de un grupo de empresarios que reclaman represión en contra de quienes se levantaron contra las fachadas de las instituciones, llámense Palacio de Gobierno, Palacio Municipal, Torre Legislativa, Rectoría, o edificios de medios, pintando sus consignas, denunciando a los violadores y mostrando con la acción que los aparatos de justicia no existen.
Ambos discursos convergen porque expresan idénticos intereses: los capitalistas, entendiendo que el control del Estado y el poder es básico para la reproducción del régimen económico excluyente; y los gobernantes, obsequiándolos con ese ruin papel en el que hablar de Estado de derecho, por decir lo menos, es una simple humorada.
El 8 de Marzo no debe quedar en la simple visión de lo circunstancial y anecdótico. Se impone una reflexión de fondo para encontrar lo que hay detrás, las causas profundas, las que orillan, en este caso, a que las mujeres tengan que arrostrar enormes riesgos para ser escuchadas, que su voz cobre valor cívico, a sabiendas de que hay un trecho muy largo aún para lograr las metas.
Entiéndanlo, fueron todas.