protesta-interior27jun2014

Renato Leduc, en sugestivo verso, dijo: “Peinarle el cuello a la jirafa es complicado, pero no difícil”. Si de interpretar lo que pasa en Chihuahua se acogiera a esa divisa, tendríamos que reconocer que el tema, aparte de complicado también es difícil. Me explico: si tocamos la epidermis de nuestra sociedad, nos damos cuenta que está surcada por problemas muy sensibles, que al primer tocamiento causan comezón; si nos adentramos no nos queda duda de que hay daños tan severos que requieren una cirugía mayor. Luego, aparentemente, pareciera que el diagnóstico está a la mano: vivimos, en contra de lo que dice el discurso oficial, en una sociedad que no ha dejado la violencia en todas sus expresiones, desde la muy pequeña e imperceptible hasta aquella otra que se cuenta con número de funeral o de actas de defunción. No hay rincón del estado a donde uno vaya que no le cuenten cómo mataron a equis y cómo masacraron a zeta, viudas, huérfanos, madres y padres desconsolados, y no nada más porque halla tráfico de drogas, armas y sicarios, sino también porque el profundo desasosiego tiene que ver con el desprecio a la vida de las mujeres, de los homosexuales, de los discriminados por cualquier razón que una especie de barbarie avanza segando vidas.

Hay malestar, para compendiarlo en una frase, con la cultura en que vivimos, y eso se expande como un cáncer por todos los ganglios. Religiones, educación, deporte, el esparcimiento, la vida en la empresa, el ejido, la comunidad agraria e indígena, son territorios donde se dicen miles de cosas y se rechaza una realidad que se ve cargada de mezquindades y cinismos. Para decirlo con un lugar común, hay una insoportable levedad, como la que afectó a las sociedades del este comunista, pero que no alcanza a fecundar en cosa distinta. Aquí en Chihuahua, a donde quiera que uno vaya hay repudio por el gobierno, hay una ácida crítica que da lugar a la broma que libera de la pesadez sólo para hacer pasar el rato. Pero es tan pertinaz el círculo vicioso de conformismo que refleja, que ya hasta parece un estilo de vida autoimpuesto, adosado con pequeños momentos de confort que permiten ir sobrellevando las cosas. Si tuviera que decirlo de alguna manera ni complicada ni difícil, podría decir que la sociedad está amorcillada, mucha sangre ciertamente, pero ya más allá del coágulo y además martajado. Hablo de un estado de ánimo grave porque con una sociedad así se puede hacer lo que se quiera, precisamente facilitando la obra que cada uno en su momento realizó en sociedades profundamente deprimidas, como la Italia prefascista y la Alemania que permitió el ascenso del mal con Adolfo Hitler.

Sé que ver así las cosas es un lugar común y no me preocupa porque no estoy insinuando que lo que sucedió allá sucederá acá, mecánicamente. Lo que quiero decir es lo que ya se ha dicho cuando se examina el conservadurismo de raigambre neoliberal. La sociedad está despolitizada en grado superlativo. La banalización de la información hace su parte en correspondencia con la ausencia de auténticos partidos políticos y, entonces, rotos ya todos los vínculos de solidaridad, se enseñorea un individualismo extremo, sólo preocupado por el hedonismo del próximo fin de semana o de esa misma tarde. Hoy vemos el espectáculo de que gobernar es estar en una fiesta permanente que no da tregua a un grueso número de personas, que las mantiene despreocupadas de los grandes problemas de nuestro tiempo y de la confección de soluciones y alternativas para realizar un viraje hacia un estadio de elevación del espíritu humano. Cuando digo esto quiero recordar que casi soy alérgico a las actitudes conservadoras, aunque aquí se vea como que simpatizo con ellas.

Hay varios discursos que se mueven en paralelo. Por ejemplo los empresarios dicen, de los dientes para afuera, ser partidarios de la democracia, la transparencia, la rendición de cuentas que abate la corrupción, pero no están dispuestos a hacer nada sustancial porque esto se concrete en un estado diferente al que tenemos. A su vez, los partidos políticos, aparte de haber perdido sus identidades, manejan un discurso cuya similitudes son asombrosas: casi todos dicen lo mismo y pareciera que tienen propósitos de igual naturaleza, pero en el fondo se han convertido en proyectos de poder vertebrados a través de grupos clientelares que se van repartiendo privilegios y canonjías. De los sindicatos para qué hablar, a los empresarios les interesa que continúen así; a los charros, no se diga, y al trabajador de carne y hueso le interesa una estabilidad laboral que le permita llevar algo a la casa, aunque eso signifique no luchar.

En el Vaticano hay un Papa que a ratos se ve innovador, pero en nuestra tierra se empiezan a celebrar misas estéticas tridentinas, como si eso fuera la veta principal de los postulados cristianos. Podría continuar haciendo un recorrido de este corte y hablar de los estudiantes, de los profesionistas, de los ecologistas, de los intelectuales, de los artistas, sólo para constatar que son presas de un mal más grave que el cáncer y que se llama conformismo. O de esos otros que luchan y luchan por lo que estiman altas metas pero alojados siempre en su cubículo, en su cenáculo, impenetrable y virginal. Quiero decir con esto que así no vamos a ninguna parte y que aunque el progreso sea uno de los mitos del mundo moderno, ni éste se logra en términos de ir hacia adelante. Hay retrocesos inocultables.

A mí me interesa la política. Sostengo que tanto el país como el estado de Chihuahua tienen que cambiar porque ya las estructuras de poder no se sostienen a la luz de una elemental racionalidad. La Constitución es literatura pero no es realidad, con simulación se aparenta que estamos dentro de su legalidad, pero eso no es cierto. No hay gobernador, hay mandamás. No hay representante de elección popular sino cacique. Pero para suerte de estos, tampoco sus opositores usan las mejores armas a su alcance y se cae en una rutina en la que se aparenta luchar, pero la cotidianidad es tal que la grisura de las acciones no anuncia cambio alguno.

Lo más grave en este sentido es que esta oposición, esta resistencia, esta izquierda para concretar más el concepto, se ha puesto en vigilia cuando hay carne. Allá en los viejos tiempos se le llamaba “condiciones objetivas”: Pues bien, aquí están, pero nadie las toma en cuenta, porque las metas son efímeras por inmediatas, porque se actúa para aparentar que algo se hace; pero falta la perspectiva de largo plazo, falta la reflexión que genera síntesis que a su vez posibilita grandes transformaciones.

Frente a un utopismo ingenuo que promete un paraíso casi perfecto, pienso que a México y a Chihuahua lo que le hace falta –y sus mejores hijas e hijos pueden lograrlo– es adentrarse en lo que un filósofo denominó el utopismo reflexivo y que un pensador tan notable como Pierre Bordieu aborda para decirnos cómo crear una sociedad realmente progresiva, con una ciudadanía activa, emancipada y sin dependencias, que se hace cargo de su patrimonio histórico y se abre al mundo, convirtiéndonos en contemporáneos de nuestro propio tiempo. En otras palabras, cómo hacerle frente a esa revolución de los ricos llamada conservadurismo que abandera el neoliberal que tiene por apotegma que hacer dinero es la medida de todas las cosas.