Hay un problema migratorio, pero de distinta naturaleza al que vemos en los medios todos los días. Tiene que ver con el partido MORENA y su política de puertas abiertas a cuanto priista decida traspasarlas. Los tricolores, para curar su orfandad, están decidiendo en masa reagruparse en el partido de López Obrador.

Es natural, si siempre vivieron bajo el liderazgo de un presidente autoritario y de un partido amorfo y sin proyecto sustentable. Los priístas no son los únicos, porque MORENA tiene un corazón tan grande que ha dado cobijo, por sólo poner unos nombres que se conocen en el país, a Manuel Espino y Germán Martínez, antiguos presidentes del Partido Acción Nacional, que luego se vistieron de guinda.

En el estado de Chihuahua, es emblemático el caso de Cruz Pérez Cuéllar, presidente estatal, diputado federal y local por el PAN, y compadre de Javier Corral, como es del dominio público. Pero hoy nos ocupamos de los priistas y de cómo visualiza el fenómeno migratorio su líder estatal, Martín Chaparro.

Han transitado a MORENA personajes impresentables como Fernando Villarreal, exdirector de Atención Ciudadana Municipal con Javier Garfio Pacheco, y uno de los golpeadores de Unión Ciudadana el 28 de febrero de 2015.

También Fernando Tiscareño, exsecretario particular de Marco Quezada y exsecretario técnico de Sergio Granados en la administración de José Reyes Baeza; Abril Gómez, excandidata suplente a la presidencia municipal con Lucía Chavira; Jesús Luna, exsecretario particular del exgobernador César Duarte; Jorge Jurado Medina, exrecaudador municipal y primo del exgobernador César Duarte; Sergio Valencia, exdirector de la administración de Enrique Serrano Escobar, excandidato de Duarte a gobernador.

Todos estos nombres han aparecido en la prensa cuando se describe el trasiego de antiguos militantes del PRI a las filas de MORENA.

Hay quienes hablan de que MORENA y el régimen lopezobradorista es una restauración del viejo PRI. Tengo mis dudas sobre esta caracterización, pero que mucho de esa vieja escuela está presente, no hay duda. Aquí las personas sólo enfatizan la presencia de un fenómeno inocultable, de cómo el expriista se coloca bajo el paraguas del amorfo partido de López Obrador.

Y es curioso este partido porque, el mismísimo presidente de la república, está bajo licencia de su militancia, aunque esa figura no exista, estatutariamente hablando. Lo que sí se puede afirmar es que, sin licencia y todo, destapa corcholatas y le pone el dedo encima a Claudia Sheinbaum, que ya recorre el país, en campaña, a dos años de distancia de las elecciones, violentando la ley de manera flagrante.

Las instituciones se definen, en muy buena medida, por las pautas que abren para resolver en el día a día y a largo plazo, los problemas de la política, entre otras actividades humanas. Pero cuando se leen los estatutos de MORENA, lo que se encuentra es confusión y oscuridad, lógicas en un partido que sólo obedece a la voluntad de un solo hombre.

En todo esto que se ve desde el balcón chihuahuense, mueve a risa las declaraciones del líder estatal Martín Chaparro, cuando habla de la política de “puertas abiertas para todos”, con la condición de que pasen una prueba de confiabilidad y cumplir principios como no mentir, no robar y no traicionar.

Quizás no se ha dado cuenta que vienen de la escuela donde esas tres divisas eran la regla, y la excepción, encontrar uno que otro que se salvaba, seguramente porque nunca había estado a su alcance el arca abierta de la que habla un texto bíblico.