El festejo puede ser breve, pero la indignación por los agravios cometidos en contra de las y los periodistas aún es enorme. Hoy, Día Mundial de la Libertad de Prensa, la numeralia de la víctimas sigue en ascenso y no pasó desapercibido para organismos internacionales una cifra desalentadora: México, con los homicidios de ocho periodistas en estos primeros meses del 2022, se ubica como el país más violento para los trabajadores de la prensa, según Human Rights Watch, “sólo después de Ucrania”.

La comparación es válida y las declaraciones de HRW reportadas justo hoy debieron ser demoledoras para la Cuatroté: “Este teatro de orden público no garantiza que habrá justicia por los asesinatos de periodistas” y acusó que “la mayoría de las denuncias penales en México no avanzan más allá de la investigación inicial, incluso cuando las autoridades han identificado presuntos responsables2.

En el sexenio que se supone debía disminuir la corrupción, esta goza de cabal salud; donde se pensaba que los feminicidios bajarían su cuota de sangre, las cifras han superado al régimen peñanietista; y donde se creía que el periodismo y sus trabajadores gozarían de mayor libertad, siguen siendo amenazados, acosados, bloqueados y asesinados, mayoritariamente desde las esferas del poder, según cifras oficiales.

Esta fecha, como digo al principio, puede tener un espacio de celebración, porqué no; pero el ánimo que prevalece es el reclamo de justicia por los abusos y crímenes cometidos contra las y los periodistas, la falta de investigación efectiva ante las denuncias, y la impunidad que genera la ausencia de resultados tangibles en términos de protección real.

Esta fecha, por lo pronto, tiene el resto de la indignación.