Hay reformas jurídicas y culturales que caminan lentamente pero que de manera invariable vencen las resistencias que se les oponen. Una de ellas es la legislación en materia de uniones entre personas del mismo sexo, llámense matrimonio, sociedades de convivencia o pactos civiles de solidaridad. La extrema derecha ha hecho de esta agenda un casus beli, dicen que no cederán de la mano de una iglesia ultramontana, no obstante que al conducirse así, incurren en un desacato a la Constitución general de la república que en su artículo número 1 proscribe la discriminación por motivos de preferencias sexuales. En otras palabras, todo tipo de pareja –homosexual o heterosexual– tiene la prerrogativa jurídica de cobijarse bajo las instituciones legales que protegen el estado civil de las personas cuyos actos, al quedar asentados en el Registro Civil, tienen validez en toda la república, y además todos los efectos tutelados por eso que durante mucho tiempo se llamó Derecho internacional privado.

Este derecha se cobija en términos partidarios a través del Partido Acción Nacional, pero aún adentro de esta formación política, la discrepancia se hace manifiesta de manera inequívoca y, a mi modo de ver, correcta por su sustento legal, aún en aquellos casos en que esto se ve bajo una óptica restringida como lo hizo, en posición de semiapertura, Gustavo Madero Muñoz, a saber presidente del Comité Ejecutivo Nacional, que muy claramente dijo: “Ante los matrimonios del mismo sexo, el PAN debe ser demócrata. Si en un estado la mayoría respalda nuevas formas de construcción de familias, hay que reconocerlas como una realidad. Y si en otros estados, la mayoría no los quiere aceptar, también debemos respetar”. Es cierto que el líder partidario comete un dislate al sugerir que esto se puede ir procesando al calor de las circunstancias regionales, desentendiéndose de que el carácter general de la Constitución obliga a todas las entidades federativas y al Distrito Federal a acatar los preceptos del señalado artículo 1 del código básico. No desconozco que hay una actitud gradualista que pudiera considerarse como una apertura progresiva, pero si de lo que se trata es de “ser demócrata”, hay que serlo, como decía aquel anuncio de los sombreros Tardán, de Sonora a Yucatán. Algo es algo y lo cierto es que aquí tenemos una fisura dentro del panismo.

El que no dejó duda de su postura, y aunque ya no tiene un peso específico interno en el PAN, fue Germán Martínez, que ocupó la presidencia nacional de ese partido, amén de importantes cargos durante los doce años de Fox y Calderón. No dudó en afirmar en un artículo periodístico que quienes están dentro del PAN adversos o cerrados en el tema que nos ocupa, se encuentran en una actitud homofóbica “cavernaria, antijurídica, antidigna y antipolítica”. Y como se acostumbra decir en estos casos, para que la astilla apriete debe ser del mismo palo. Obviamente que ambos enfoques dejan muy mal parado al grupo parlamentario del Partido Acción Nacional del Congreso de Chihuahua, donde sus coordinadores César Jáuregui Moreno y María Eugenia Campos Galván, se han convertido en cruzados de una causa que, en efecto, los coloca en el mundo de las cavernas y por una razón sencilla, precisamente por estar en contra del derecho establecido en la Constitución, por transgredir la dignidad de las personas al clasificarlas como ayunas de derechos y porque políticamente no se sostiene una postura de ese corte, ya que le cierra las puertas del propio partido al mundo del arcoiris en materia de preferencia sexual, sobre todo soslaya que al interior mismo del PAN hay una comunidad de este corte que está vulnerada por sus líderes, más o menos en los términos que Germán Martínez refiere.

Esfuerzo inútil sería tratar de convencer a la casa sacerdotal que emblematiza el presbítero Gustavo Sánchez Prieto. Él es tan fanático y cerrado que no tan sólo práctica la discriminación, escudado en la sotana, sino que además se da el lujo de acusar de “enfermos mentales” y “esquizofrénicos” a los homosexuales, desentendiéndose de que las más altas tribunas del mundo, en las que están representados todos los credos y todas las culturas, ya dijeron que este tema de la agenda no se puede enfocar a partir de criterios como la enfermedad. Pero como para El Nigris –así le dicen– primero están los dogmas, después los dogmas y siempre los dogmas. No hurgo más en el tema porque no soy arqueólogo.

Suele suceder que la política de la sinrazón retrocede, dijimos, de una manera lenta, al embate mismo de la fractura interna de quienes suelen sostener formas de pensamiento que transgreden la convivencia y la tolerancia humanas.