Jaime García Chávez

El gobierno de la Cuatroté, para imponer una visión de la historia a modo, no ha rebasado la concepción de la política anclándose en la aritmética, desdeñando el álgebra y otras matemáticas superiores. Para hacerse un sitio distinguido en el devenir, se empeña en contabilizar, Independencia, Reforma y Revolución. Pero a la vez desdeña las luchas democráticas que rompieron al régimen de partido hegemónico, con tal de colocarse en un lugar privilegiado, retórico en no pocos aspectos.

Una visión así descarta o ignora que el pluralismo y la liberalización que arrancó a partir de 1968 contribuyó, al menos, a dos grandes transformaciones que nadie puede ignorar, sobre todo los que consideran que la historia es una hazaña personal de López Obrador en el México contemporáneo. Me refiero a la emergencia de la patria de la juventud, compleja en más de un sentido y, sobre todo el bien ganado sitio que las mujeres han alcanzado en las últimas décadas y que hoy permite reconocer un México muy distinto al tradicional y al que existía no hace muchos lustros.

En la incomprensión de este último fenómeno y el gran movimiento social que lo respalda, encontramos la explicación de los desatinos y divorcio de la presidencia de la República que están a la vista de todos. El capricho de una aritmética, contra una visión algebraica.

El pasado 8 de marzo las mujeres volvieron a sacudir al país. Se rompe así, una visión estrecha de la historia que se trata de imponer desde el poder, pero que se expresa a través de una fuerza telúrica de un gran movimiento transformador que llegó, enhorabuena, para quedarse. Muchas veces he dicho, siguiendo la conseja de un revolucionario, que no se va a la revolución con más gusto que a la guerra. Hay causas profundas que impelen a romper estructuras para terminar con las opresiones. Dicho coloquialmente: las mujeres no andan en las calles por un regusto particular. Hay raíces profundas que desean cambiar para lograr una vida si no óptima al menos decente por el destierro del miedo, la violencia, la discriminación y el ancestral patriarcado.

Innumerables mujeres que marcharon el 8 de marzo, seguro estoy, que votaron en 2018 por un proyecto alternativo de nación, pero de ninguna manera claudicaron de su libertad, a pensar por cuenta propia, ni enajenaron su voluntad socavando su propio movimiento libertario. Jamás pensaron que el gobierno de López Obrador las fuera a tratar como lo ha hecho y a blindar el Palacio Nacional como símbolo inexpugnable de un Estado que les ha dado la espalda, en favor de su concepción de la historia y en franca negación del carácter liberador del gran movimiento social de las mujeres. Hay en esto insensibilidad y falta de pericia política en un presidente que cree reencarnar a Benito Juárez ignorando la gran cualidad de político de este y, aunque no se le vea frecuentemente así, un gran conciliador.

Tomando en préstamo las ideas de Enrique Laraña, es tiempo ya de que el poder comprenda y asuma el porqué las mujeres participan del movimiento social en presencia y asumen riesgos y costos considerables. Para lograr ese propósito es menester entender el proceso social a partir del cual se concretan los procesos sociales y agravios que definen cuestiones esenciales, pero no solo, sino que también motivan a la acción -de manera fuerte como lo hemos visto- y sincronizan miles y miles de voluntades en acciones colectivas que lo mismo las vimos en la Ciudad de México, en Monterrey o Chihuahua.

La definición de lo esencial está, por ejemplo, en el feminicidio, pero también en que las apuestas por el derecho y la institucionalidad son fallidas, muy lentas y pausadas, para rendir sus frutos o de plano, como es frecuente, nunca llegan. En cambio en la vida cotidiana, tanto en la esfera pública como en la privada, la pretensión de postrar a la mujer marca tendencia a no corregirse si no se emplea una cirugía mayor, han de recordar los poderosos apoltronados en las instituciones que el dolor de las mujeres, como lo dice Leila Guerreiro “es un estambre soldado al corazón de una historia que ya no podrá volver a separarse”.

Los gobernantes continuarían felices si las mujeres no salieran a la calle. No quieren ver el tipo de activismo con riesgos de los que somos testigos y quisieran que solo existiera la protesta a partir de pinchar en la soledad de la recámara el teclado de la computadora para manifestar una evanescente inconformidad.

El 8 de marzo, fresco como está, vino a demostrarnos que nada supera a seres de carne y hueso desplegando su fuerza en las calles y plazas públicas. Eso es vida y por eso los gobernantes lo temen.

Bien por las mujeres.

11 de marzo de 2022