El Escudo Chihuahua fue una engañifa de la administración municipal de Maru Campos Galván en la estrategia política para un proyecto de poder personal. Vendió la idea de una muralla impenetrable que iba a proteger a los chihuahuenses de agentes externos transgresores del orden. Como buena enamorada del medioevo, pensó en una muralla o en un castigo.

Como propaganda resultó en su provecho, pero las estadísticas y crímenes hablan de otra cosa, particularmente en la vida cotidiana del ciudadano de a pie.

Ahora la idea de ese escudo, al que Marco Bonilla hasta etapas le pone, pretende llevarse a todo el estado con sus 250 millones de kilómetros cuadrados.

No se necesita ser un genio de la guerra para comprender que eso es simple y llanamente propaganda, como también sostener una fallida y superada concepción para enfrentar una guerra de nuevo tipo, como la que existe en el país desde el calderoniano que tanto ama la ahora gobernadora del estado.

En todo esto hay un concepción artesanal de las cosas y lo demuestra el recientísimo suceso de Nuevo Casas Grandes, donde murió en un enfrentamiento contra sujetos fuertemente armados un oficial de la fracasada Guardia Nacional, careta de la militarización en el país.

Es obvio que la inseguridad no se combate con palabras ni con estrategias arcaicas a la luz de las modernas teorías en estos delicados asuntos.

Pero a los recién llegados les gustan las palabras que recuerdan los tiempos del feudalismo.