La candidata de PRI a la gubernatura del estado, Graciela Ortiz, ha entrado a la trivialización de la política, propia de las elecciones mexicanas, y en especial las que ahora se despliegan teñidas de frivolidad. Ella es una política profesional que ya cuenta en su haber más de medio siglo de haber dejado de estar en el error y, por lo tanto, está apuntada en el presupuesto público, valga el recuerdo del siempre citado Garizurieta. 

En todo ese tiempo acompañó a gobernadores del tipo de Patricio Martínez García, fundador de la corrupción exponencial política en el estado de Chihuahua; estuvo con Reyes Baeza durante su mediocre sexenio; y no pudo faltar a la hora del duartismo: fue la secretaria general del del tirano, en el tiempo que asesinaron a Marisela Escobedo a las puertas del centenario Palacio de Gobierno. 

Por una imagen de Instagram me enteré que dejó las “chelas” propagandísticas y muy pagadoras en un estado sediento, para colocarse en la testa un lujoso casco que la hace aparecer como jugadora de fútbol americano y aspirante a quaterback de todo el estado. El casco es rojo, la vestimenta también, aunque se ocultan los otros dos colores de nuestra bandera. Su cara luce juvenil, porque no se puede quedar atrás de las técnicas del Photoshop que, dicho sea de paso, convirtieron a Maru Campos en una muñeca quinceañera, que por cierto me recordó a aquella actriz infantil de la época franquista española mejor conocida como Marisol, o por su nombre real, Josefa Flores González. 

Más allá de estas digresiones de fin de semana, tengo para mi que la candidata Graciela Ortíz se ha puesto casco no porque corra riesgo de que alguien se preocupe políticamente por tacklearla, sino para no correr el peligro de ser descalabrada si visita alguna colona popular, de esas en las que la urbanidad política no se practica. Ojalá y nunca suceda esto, son mis humanos deseos para la burócrata que ya no podrá contar en su haber revivir al moribundo PRI.