“Las elecciones soy yo —parece decir López Obrador—, que nadie intervenga salvo MORENA-gobierno”. El que pretenda ir en contra de esto, se coloca en el lado oscuro de la historia, según se transpira en la política que se hace en Palacio Nacional. Y si alguien se me atraviesa en el camino, como el INE, entonces pretende realizar un “golpe de estado técnico”. Así de clara y obtusa es la retórica dominante.
Cuando se pretende sustentar una disputa es conveniente que se definan los términos, los conceptos, al menos para que haya concentración en los temas que están a debate. He escuchado a lo largo de estos dos últimos años dos terminajos que no significan absolutamente nada: “golpe de estado suave” con el cual se pretende estigmatizar el ejercicio mismo de la política y no se diga de la crítica necesaria; el otro es “golpe de estado técnico”, que por emplear esta última palabra ya se considera como legítimo para referirse a algo que sólo está en la mente del demagogo presidente.
Quién, con dos dedos de frente, puede pensar que el INE por el solo hecho de cumplir con sus deberes públicos de arbitrar y contener a los gobiernos para el mejor equilibrio de las contiendas electorales está realizando ese “golpe de estado”. Sinceramente, con seriedad, nadie puede arribar legítimamente a esa conclusión, salvo el propio presidente en sus mañaneras dispuestas para su mayor gloria.
Con un poco de inteligencia, al que mejor le serviría plegarse a las decisiones del árbitro es al propio presidente, pues al menos así podría despedirse del declive y futuro fracaso del empleo matinal de su púlpito en Palacio Nacional. Pero no, el ego es grande y el narcisismo mayor.
Sucede así, y no es la primera vez que acontece en la historia, cuando esta se quiere escribir por anticipado, antes de que las cosas sucedan. López Obrador quiere pasar a la historia como el mejor presidente, obviamente superando a Juárez, Madero y Cárdenas, pero no sabe que eso sólo se puede dilucidar ya cuando hayan pasado los años posteriores a 2024, justo el año en el que ha de retirarse.
Con esta última premisa lo que deseo es explicar que para darle un sentido histórico y heroico a la figura presidencial actual, necesita imperiosamente que suceda algo fuera de serie, un golpe real que nadie está pensando, una intervención extranjera, que nadie está pensando, o una crucifixión a la altura de un gran mesías, que al menos le permita que lo recuerden como el gran apóstol.
La obligación que tiene López Obrador es gobernar con técnicas de Estado, constitucionales, no en “golpes técnicos de estado” que sólo existen en su cabeza y en sus sueños.