No es la primera vez que Francisco Molina Ruiz se sube al carro de los que tienen poder pero carecen de gobierno, en toda la extensión, republicana y democrática, de la palabra. Por eso él, como muchos panistas y otros más de su especie, atomizados en diversos partidos en la actualidad, recurren al discurso efectista, a las palabras facilonas y espectaculares que sólo contribuyen a la difuminación del asunto de fondo: la alcaldesa con licencia a la que defiende tuvo nexos corruptos con el duartismo y en eso radican las acusaciones.

Ahora, esas acusaciones, como ya se ha dicho en esta columna, no fueron presentadas en tiempo y forma por la contraparte, ese núcleo de poder que ya está abollado y que también ha hecho del gesto onomatopéyico y de la gesticulación grandilocuente su carta de presentación, deslavada y todo.

Pero Molina Ruiz se brincó la barda este fin de semana al divulgar una serie de comentarios para enfrentar la audiencia de vinculación o no a proceso contra Campos Galván, que ha de tener lugar este martes 30 de marzo. Dijo, ni más ni menos (vale sostenerse los pantalones para que las carcajadas no le aflojen el cinturón), que presentará “una defensa apasionante”, inspirado quizá por la Semana Santa que viven los católicos en estos momentos y a la que parece que el abogado ya le dio el golpe. No es extraño, Molina ya se contagió, porque ya ven que a Campos Galván le gusta hacerse la víctima.

Publicidad incluida, el exprocurador de Francisco Barrio, a quien por cierto ya no le tiembla la mano para levantar la de los priistas rumbo al junio electoral, piensa que su causa es la de la ciudadanía, por eso la “llamó” a “estar atentos” en la preparación de su defensa.

No se da cuenta que buena parte de la sociedad en realidad espera, así sea con la burda y selectiva administración de la justicia corralista, que los duartistas paguen por su pillaje y devuelvan lo robado. Así de simple.  

El problema es que tanto la parte acusada como la acusadora han convertido en un circo, primero la política y, luego (o al mismo tiempo), la impartición de la justicia. Para muestra, esas palabras de Molina, el “apasionado”. 

A ver sino sale Pablo Héctor González, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, con que quiere jugar el rol de Pilatos, y se lava las manos para intentar quedar bien con todos.