Es el signo de la casa. Y cuando digo signo, es porque para Javier Corral llegar tarde a un evento tiene como pretensión que lo vean, partir plaza, ser el centro de atención. Es la típica conducta del narcisista, del que se cree el ombligo del universo. Miserias humanas, si las hay.
El día de ayer, según registran varios medios, Corral hizo esperar hora y media para dar inicio a la Caravana por la familia. Bajo el sol y con rotundo desprecio por el tiempo de los demás, y por eso que algunos consideran privilegio de reyes y reinas, que es la puntualidad.
Pareciera un hecho sin importancia, pero aparte de revelar la enfermiza conducta del funcionario, exhibe su precaria cultura política. A decir de Alexis de Tocqueville, en su clásica Democracia en América, «la democracia se advierte más en las pequeñas cosas». Pensar que te “deben” esperar a tus caprichos o carecer de una agenda y un reloj se puede en la vida personal, pero no en la vida social con sus convencionalismos y en este caso, obligaciones.
Pero qué le vamos a hacer. El señor supo llegar a tiempo a satisfacer sus conveniencias, y en lo demás siempre tarde.
Ayer que reparábamos la Cruz de Clavos, uno de mis compañeros advirtió que Corral llegó con muchos guaruras y se preguntó: “¿Y qué será mejor, que llegue o que no llegue?” La pregunta se quedó en el aire, pero ciertamente tiene pertinencia.