Cuando a la caída del Muro de Berlín se proclamó el “fin de la historia”, empezó una época en la que sin tapujos de ninguna índole el “empresario” se convirtió en el paradigma de todo, el Estado quedaba derruido y el mercado pasaba a ser el nuevo dios del capitalismo mundial.

Daban como evidencia la caída del mundo soviético y el proletariado –los obreros, las asalariados– dejaron de tener centralidad hasta por los partidos que continuaron levantando las banderas de la izquierda. A tal grado se impuso esto que es frecuente escuchar, como petición de principio, indicar “¡es empresario!”, para insinuar que es lo mejor, que es lo que marca una ruta, que detrás está el significado de lo que tiene valía, con exclusión de todo lo demás. 

Es la época del neoliberalismo, del neoconservadurismo, de la contundencia del llamado “Consenso de Washington”, que encabezaron, orgullosos, lo mismo Ronald Reagan que Margaret Thatcher. Es una época en al que se larvaron todas las calamidades que padece el planeta actualmente, dos que sobresalen: el crecimiento exponencial de la pobreza y el ciclo de pandemias que se abrió a finales de 2019. No podía ser de otra manera si ferozmente se combatió lo publico y la ley de la selva imperó al lado de lo que se llamó “Estado mínimo”.

Y como suele suceder, lo que inició en las grandes metrópolis, a países como México, llegó tarde la rebelión de los ricos y con ella el sobredimensionar el papel del empresario. El solo concepto llevó a muchos hasta a modificar el lenguaje, y ya no se habla ni de capitalistas, ni de imperialistas, y mucho menos de la burguesía. Hay una tendencia a considerar que esos conceptos quedaron en una especie de ostracismo, en una repisa de antigüedades. 

En las relaciones político-partidarias mexicanas, el neopanismo se apoyó en una alianza empresarial inocultable, y el viejo PRI cayó en la misma práctica asumiendo un credo que le era extraño, en abandono del nacionalismo revolucionario, para dar paso a los privilegios del mercado y la exclusión. Fue así como el neoliberalismo tuvo dos casas en México: la del PRI y la del PAN, que terminaron en la deplorable alianza con un socio menor como el PRD. Es una historia que la estamos viendo todos los días en el país y aquí en Chihuahua. De ello hay un ejemplo: alrededor de 130 empresarios felicitaron a María Eugenia Campos Galván por el resultado electoral que le favoreció para encabezar al PAN en el proceso electoral que viene. Sin duda están en su derecho de expresar lo que piensan, sus simpatías y preferencias políticas. Llaman a “cerrar filas”, aunque no dicen ni dan mayores fundamentos que los que están implícitos en la defensa de sus intereses. Les basta insinuar que son empresarios, piensan que mostrar esa credencial los releva de mayor argumentación, y se olvidan hasta de su estrecho entendimiento de lo que proclamaban como retórica en defensa del Estado de derecho, que pienso, le quemaban incienso sin saber qué era.

Por decirlo suavemente, se alinean, expresan su fuerza y no se paran a mayores reflexiones. Pareciera que la roña de la política no tiene solución en Chihuahua. 

Cuando lo correcto y justo es que se exigiera que la investigación penal contra María Eugenia Campos fuese exhaustiva y desembocara en el puerto que el derecho dispone, esos firmantes de un desplegado quieren que se olviden los cargos, que el asunto quede en nada y que transitemos bajo la sospecha permanente de que una cómplice de César Duarte, que se benefició de sus canonjías, recorra las calles en busca del voto para el PAN. Son pragmáticos y además profetas: creen que ella es la que le va a ganar a MORENA, y eso les basta. Se olvidaron de que el PAN se autoconcebía como el único partido de la “gente decente”.

En otras palabras, apuestan antes por sus intereses que por la plena vigencia del derecho. Y eso no augura nada plausible.

Si fuese cierto que César Duarte estaría aquí extraditado en pleno proceso electoral, a mi juicio es algo impredecible aún, y las complicaciones para la virtual candidata del PAN serían mayúsculas; iría de escándalo en escándalo, no obstante que de los aparatos de justicia podemos esperar poco, no así de la convicción que se irá sedimentando de que Campos Galván incurrió en faltas éticas y jurídicas que la ubican en el lado de la ancestral corrupción. 

Es de lamentar que ese racimo de empresarios que publican páginas completas en los periódicos sean partidarios del derecho cuando les conviene y enemigos del mismo cuando choca con sus intereses. Los empresarios abajofirmantes no tuvieron empacho en hacer públicas sus convicciones, a diferencia de los veintitantos potentados (se les conoce como los “dueños del pueblo”) que le hicieron saber a Javier Corral que era un persecutor de la alcaldesa, con el apercibimiento de que parara sus motores.

En pleno fragor de la lucha contra el duartismo recuerdo que dirigí una carta publicada en el libro “Ciudadanos y Rebeldes” al líder empresarial Federico Terrazas Torres, expresándole estas preocupaciones y muy puntualmente que si los empresarios quieren una competencia leal entre ellos, sin diezmos, sin favoritismos, con una administración pública neutral, deben apostar por la plena vigencia del derecho. 

Hasta me permití citarle a un pensador de sus afectos, como Friedrich Hayek, premio nobel, crítico severo de la planeación socialista y defensor a ultranza de la ley de la oferta y la demanda como centro regulador del mercado. Le cité textualmente aquella frase que reza: 

“Significa que el Estado está sometido en todas sus acciones a normas fijas y conocidas de antemano; normas que permiten a cada uno prever con suficiente certidumbre cómo usará la autoridad en cada circunstancia sus poderes coercitivos y disponer los propios asuntos individuales sobre la base de esa conocimiento (…) Debe reducirse todo lo posible la discreción concedida a los órganos ejecutivos, dotados de poder coercitivo”. 

Palabras que dichas de manera pública y fuerte durante el duartismo, hoy los paradigmáticos empresarios las soslayan, porque a final de cuentas están convencidos de que la corrupción les deja dividendos. Quieren seguir en el mismo baile y con los mismos valses.

No tengo menos que recordar que la exigencia de separar los negocios públicos de los privados está más vigente hoy más que nunca, aunque en la estrechez de miras sólo añoren una paz cuya garantía es la supervivencia de la corrupción. Eso representa la candidatura de quien hoy se hace pasar por mártir.