Dos lecciones: una contra la grandilocuencia; la otra, el carácter para beneficiarse en un proceso democrático. Ambas van dirigidas a Alfredo Lozoya Santillán, pretendiente del tesoro enterrado en el Palacio de Gobierno del Estado de Chihuahua. Según él, en un costoso desplegado a plana completa y a full color, dice que “viene la madre de todas las batallas por Chihuahua”. Ni Napoleón, antes de Moscú o Waterloo, tuvo tan retóricas palabras para arengar a sus ejércitos. Hay que convenir que vienen unas elecciones importantes, sin duda, pero el lenguaje militar está demás, como también sobra levantarse como profeta de lo que vendrá. 

Chihuahua no necesita la grandilocuencia de un señor que se presume de equino, ni que le llamen al estado “mi Chihuahua”, que jure por su familia y por sus hijos, o que tenemos una grandeza heroica por el simple hecho de ser norte en la geografía, lo cual es algo relativo. Es más sencillo referir los grandes problemas y ofrecer alternativas y trabar compromisos, mostrar y comprobar que se ha tenido una vida con significación y emprender la tarea que dar lecciones de filosofía de la historia demasiado baratas, porque las hay mejores y a buen precio. 

Pasando a lo segundo que se anuncia a la entrada de este texto, hay que reconocer que la democracia es generosa con los moderados, en lugar de andar propalando por aquí y por allá que “la sangre me hierve ante el saqueo que ha sufrido la mala gobernanza, el pillaje sistemático”.

Asusta más cuando algunos observan que con estas frases la única sangre que puede no hervir, sino correr, es la de la propia lengua.